miércoles, 20 de julio de 2011

“Y es lo que les sucede a muchos de aquellos que pierden un miembro;…

… ellos saben que los perdieron, que se los amputaron, pero a veces las neuronas no se dan por enteradas, y eso es el fenómeno que se llama del miembro fantasma: que te cortaron la pierna derecha, y sin embargo de repente, algún día, meses o años después, se activan las neuronas correspondientes a la sensación de comezón en el dedo gordo del pie derecho, y te empieza a dar una comezón desesperada (y desesperanzada) porque el dedo gordo ya no existe, o en esos momentos existe sólo para ti y para nadie más y no sólo en forma de pensamiento sino de sensación física, y esto, claro, sólo de pensarlo da escalofríos (y da comezón) y por eso a la gente le aterran los epilépticos y los visionarios y los milagros; por eso, primo, repudian el opio, la mariguana, el ácido; porque producen no sólo un dedo gordo que no existe, sino más que eso: una visión particular del mundo, o más todavía: la visión de un mundo exclusivo que pertenece al epiléptico, al loco o al drogado, al elegido o al poeta y a nadie más pero que es tan verdadero como cualquier otro mundo, por la simple razón de que la relación que existe entre las neuronas auditivas, olfatorias, gustativas y táctiles que de pronto entran en actividad espontáneamente y el mundo alucinante que producen y la relación entre las neuronas que se portan bien y el mundo real que nos rodea y que más o menos creemos compartir, es una y la misma, y ya de alguna manera hace siglos, fíjate, en la edad media, Ockham, sin saber nada de neurología lo había intuido cuando dijo que dios podría producir en un ser humano todas las condiciones físicas y psíquicas implicadas en el acto de ver un objeto, aunque ese objeto no existiera en la realidad exterior, y sin saber nada de la velocidad de la luz, el mismo Ockham dijo que si dios hubiera ya aniquilado las estrellas, podía producir en nosotros el acto de ver lo que ya había dejado de ser.”

Fernando del Paso, Palinuro de México, Punto de Lectura, México, 2007, pp. 264-265.

Tenía que ser un pasaje largo, como todo en la novela de Fernando del Paso. Debía tener como punto de partida la medicina, para llegar a asuntos filosóficos mucho más generales. Y también, era preciso que en el enorme fragmento no hubiera más que un solo punto final. Todo tiene que ver con la intención de crear un efecto de desmesura, de inmensidad, de globalidad, al punto que en ocasiones el lector se siente tragado por aquel gran remolino de ideas desplegadas en la obra, como un Maelstrom literario. Y es que la medicina, casi como la ballena de Melville o el viaje ultraterreno de Dante, es un pretexto para abordar el mundo mismo desde los más variados puntos de vista y redondearlo, para generar una visión de mundo. Palinuro de México pertenece a ese curioso género literario que se podría definir como “obras de ambiciones totalizadoras”.

lunes, 4 de julio de 2011

“Watching a coast as it slips by the ship…

… is like thinking about an enigma. There it is before you –smiling, frowning, inviting, grand, mean, insipid, or savage, and always mute with an air of whispering, Come and find out”.

Joseph Conrad, Heart of Darkness, Penguin Classics, Londres, 2007, p. 15.

Es un pasaje memorable, justo cuando Marlow, el personaje principal, se acerca a la costa africana. La tierra desconocida es capaz de emitir llamados atrapantes y cautivadores. Cualquiera lo ha sentido, y no hace falta estar a bordo de un barco, sino sólo tener algún punto de vista específico desde donde se pueda simultáneamente ver y no ver, percibir de golpe lo inadvertido, darse cuenta de que hay todo un mundo ahí adentro por descubrir. En esas ocasiones, hay una voz profunda que emerge desde lo más recóndito y, como el viento, nos susurra un “acércate, asómate y ya verás…”