domingo, 16 de septiembre de 2012

“No es razonable mantener esperanzas en este mundo que vivimos…

…Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que ese mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades. Y este mismo renacer de algo tan descabellado, tan sutil y entrañablemente descabellado, tan desprovisto de todo fundamento es la prueba de que el hombre no es un ser racional. Y así, apenas los terremotos arrasan una vasta región de Japón o de Chile; apenas una gigantesca inundación liquida a centenares de miles de chinos en la región del Yang Tse; apenas una guerra cruel y, para la inmensa mayoría de sus víctimas sin sentido, como la Guerra de los Treinta Años, ha mutilado y torturado, asesinado y violado, incendiado y arrasado a mujeres, niños y pueblos, ya los sobrevivientes, los que sin embargo asistieron, espantados e impotentes, a esas calamidades de la naturaleza o de los hombres, esos mismos seres que en aquellos momentos de desesperación pensaron que nunca más querrían vivir y que jamás reconstruirían sus vidas ni podrían reconstruirlas aunque lo quisieran, esos mismos hombres y mujeres (sobre todo mujeres, porque la mujer es la vida misma y la tierra madre, la que jamás pierde un último resto de esperanza), esos precarios seres ya empiezan de nuevo, como hormiguitas tontas pero heroicas, a levantar su pequeño mundo de todos los días: mundo pequeño, es cierto, pero por eso mismo más conmovedor. De modo que no eran las ideas las que salvaban el mundo, no era el intelecto ni la razón, sino todo lo contrario: aquellas insesatas esperanzas de los hombres, su furia persistente para sobrevivir, su anhelo de respirar mientras sea posible, su pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos los días frente al infortunio. Y si la angustia es la experiencia de la Nada, algo así como la prueba ontológica de la Nada, ¿no sería la esperanza la prueba de un Sentido Oculto de la Existencia, algo por lo cual vale la pena luchar? Y siendo la esperanza más poderosa que la angustia (ya que siempre triunfa sobre ella, porque si no todos nos suicidaríamos) ¿no sería que ese Sentido Oculto es más verdadero, por decirlo así, que la famosa Nada?”.

Ernesto Sabato, Sobre héroes y tumbas, edición definitiva, Seix Barral, Barcelona, 1988, pp. 232-233.

Sin duda es uno de los mejores pasajes del libro de Sabato. Se desarrolla aquí un tema recurrente en la novela: el de la esperanza. Para Sabato, incluso los pesimistas, para llegar a serlo, deben haber alimentado algún tipo de esperanza en algún momento. Sólo se puede tener una visión negra de la existencia si antes se ha creído en él y en sus posibilidades. De modo que hay una relación de estrecha interdependencia entre pesimismo y optimismo, entre angustia y esperanza, una especie de flujo o vaivén que nos hace volver al uno y al otro continuamente.

Y del mismo modo que el pesimista necesita haber experimentado la esperanza y sus tontas ilusiones, como si le faltara el choque previo entre sus expectativas y la realidad fallida y destructora para poder llegar a su posición de desencanto, así también el mayor optimista nace ahí donde sólo puede haber angustia o desesperación, especialmente ante las catástrofes humanas o naturales. La esperanza, pues, es lo más irracional que puede haber y precisamente por eso es un móvil tan fuerte de nuestras acciones. Y no sólo eso, sino que Sabato se atreve a insinuar que, así como aquella angustia tan mencionada por los existencialistas, angustia ante el hecho de trabajar, esforzarse y vivir para que al final no seamos más que alimento de gusanos, es el correlato humano y emocional de la Nada, así también la esperanza sería el correlato de algo más, un impulso irrefrenable y más potente que mueve al mundo mismo, un Sentido Oculto que dirige nuestros pasos a través de las desdichas y las calamidades.

La idea es verdaderamente cautivadora, sobre todo porque la gran mayoría de nosotros sabemos muy bien que, a pesar de todo, a pesar de nuestros infortunios y nuestras más profundas aflicciones, seguiremos viviendo y mañana nos levantaremos a trabajar como aquellas conmovedoras e insignificantes hormiguitas, siempre laborando y buscando aquello que en realidad seguramente no podremos encontrar. Y es que, de alguna manera lo intuimos, lo verdaderamente importante es la búsqueda misma, es decir, no interrumpirla por ningún motivo, porque eso equivaldría a la muerte, o más exactamente, al suicidio.