tag:blogger.com,1999:blog-21018207830902444892024-02-20T04:33:48.414-08:00Frases sin famaFrases, citas, versos, sentencias, pasajes, extractos o anotaciones que no suelen figurar en los monumentales compendios de frases célebres.joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.comBlogger42125tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-47190932271844037862014-10-07T09:45:00.001-07:002014-10-13T13:25:32.940-07:00"¿Es por indolencia, cobardía o insuficiencia de visión...<div style="text-align: justify;">
...que todos [los escritores] se limitan a diseñar la zona superior y luminosa de la vida, en la que todos los sentidos actúan abierta y legítimamente, en tanto que, abajo, en los sótanos, en las cavernas profundas y en las cloacas del corazón se agitan, despidiendo fosforescentes resplandores, las bestias peligrosas y reales de la pasión, acoplándose y desgarrándose en la sombra, bajo todas las formas de la mescolanza más fantástica? ¿Están asustados por el aliento, quemante y devorador, de los instintos demoníacos, por el vapor de la sangre ardiente? ¿Tienen miedo de ensuciar sus manos demasiado delicadas con las úlceras de la humanidad, o bien sus miradas, habituadas a claridades más mates, son incapaces de conducirlos a esos peldaños resbaladizos, peligrosos y repugnantes de putrefacción? Y, sin embargo, el hombre que sabe no experimenta alegría igual a la que se encuentra en la sombra, estremecimiento más poderoso que el que congela el peligro, y para él, ningún sufrimiento es más sagrado que el que, por pudor, no se atreve a manifestarse."</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Stefan Zweig, "La confusión de los sentimientos", Editorial Diana, México, 1953, pp. 176-177.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Lo primero que habría que decir es que seguramente Zweig sí creía que había habido unos cuantos escritores que han descendido a esos pozos de putrefacción del alma humana (claro, Dostoievski). Esto está en boca del personaje central de la novela, a quien justo en ese momento se le revela lo más profundo y doloroso de la existencia de su mentor, y tiene un claro tono generalizador que hay que desligar un poco de Zweig. Su crítica, sin embargo, se mantiene intacta: la literatura, por regla general al menos hasta su época, había tendido a ceñirse a esa región superior y visible donde las acciones humanas son explicables, donde los sentidos captan lo que deberían captar y la razón blande su cetro sobre la pasión.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Pero más abajo, en lo hondo del alma, nos dice Zweig, hay toda una caverna de donde salen vapores ardientes. Ahí viven los silencios, los dolores nunca manifestados, los impulsos más elementales que en la vida diaria, en la superficie, han sido de un modo u otro apaciguados. Lo interesante es que, para Zweig, refugiarse en esa caverna sombría es también una manera de llegar a la alegría, un tipo muy especial de alegría, pues no es un estado general o constante del espíritu, sino que es como un golpe repentino, una sacudida más dura que la que provoca la adrenalina. Supongo que ese estremecimiento interior es lo que hace posible que el dolor callado se vuelva sagrado. Es como si esa interioridad, esa imposibilidad última de hacer entender al otro patentemente lo que uno mismo ha sufrido, fuera al mismo tiempo un refugio. ¿Cuántos de nosotros no nos hemos cobijado ahí?</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Por cierto, excelente novela "La confusión de los sentimientos". Supongo que la crítica ya ha hecho sus análisis comparativos entre ella y "Muerte en Venecia" de Thomas Mann.</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-57725595289255827712013-10-23T12:14:00.000-07:002013-10-23T12:18:36.536-07:00"¿Cuál es el objeto del arte?...<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: left;">
<span style="font-family: inherit;"><span style="background-color: white; color: #333333; line-height: 19.5px; text-align: justify;">...Si la verdad llegase directamente a nuestros sentidos y a nuestra conciencia, si pudiésemos entrar en comunicación directa con las cosas y con nosotros mismos, creo que el arte sería inútil, o más bien, que todos nosotros seríamos artistas, pues nuestra alma vibraría entonces continuamente al unísono de la naturaleza. </span><span style="background-color: white; color: #333333; line-height: 19.5px; text-align: justify;">Nuestra vista, ayudada por la memoria, recortaría en el espacio y fijaría en el tiempo cuadros inimitables. Nuestra mirada captaría al vuelo, esculpidos en el mármol viviente del ser humano, fragmentos de estatua tan bellos como los de la estatuaria antigua. Oiríamos cantar en el fondo de nuestras almas, como una música, unas veces alegre, más a menudo quejumbrosa, original siempre, la melodía de nuestra vida interior. Todo eso está a nuestro alrededor, todo eso está en nosotros, y sin embargo, nada de eso percibimos con claridad. </span><span style="background-color: white; color: #333333; line-height: 19.5px; text-align: justify;">Entre la naturaleza y nosotros, más aún, entre nosotros y nuestra propia conciencia se interpone un velo, un espeso velo para el común de los seres humanos, pero sutil y transparente para el artista, el amante y creador del arte. ¿Qué hada ha tejido ese velo?. ¿Fue por maldad o por bondad?".</span></span></div>
</div>
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: left;">
<span style="background-color: white; color: #333333; font-family: inherit; line-height: 19.5px; text-align: justify;"><br /></span></div>
</div>
<div style="text-align: left;">
<div style="text-align: left;">
<span style="background-color: white; color: #333333; font-family: inherit; line-height: 19.5px; text-align: justify;">Henri Bergson, <i>La Risa, Ensayo sobre la significación de lo cómico, </i>Alianza Editorial, Madrid, 2008, p. 108.</span></div>
</div>
<div style="text-align: left;">
<br />
<div style="text-align: justify;">
<span style="color: #333333; line-height: 19.5px;"><br /></span></div>
<span style="font-family: inherit;">
</span><div style="text-align: left;">
<span style="background-color: white; color: #333333; font-family: inherit; line-height: 19.5px; text-align: justify;">Es una de las más claras definiciones que he leído sobre el objeto del arte. Hay dos abismos en los que siempre nos hemos asomado y que jamás hemos logrado descifrar por completo: uno externo que se abre hacia el mundo, que, por ejemplo, se siente de golpe cuando vemos al horizonte y sólo hay mar, interminablemente mar; y otro interno que intuimos cuando nos damos cuenta de que nuestra alma es un pozo sin fondo, un oscuro agujero donde se abren pasadizos que jamás hemos visto. Esos dos abismos se mantienen como tales precisamente a causa del velo del que habla Bergson. El arte sería entonces ese puente -eso sí, siempre falible, frágil y cambiante- que hemos tendido de muchas maneras hacia esos dos abismos. </span></div>
</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-63966473083788579212013-08-18T11:24:00.000-07:002013-08-18T11:24:51.617-07:00"Tal vez esta oquedad que nos estrecha......en islas de monólogos sin eco,<br />
aunque se llama Dios,<br />
no sea sino un vaso<br />
que nos amolda el alma perdidiza,<br />
pero que acaso el alma sólo advierte<br />
en una transparencia acumulada<br />
que tiñe nuestra noción de Él, de azul".<br />
José Gorostiza, "Muerte sin fin", en <i>Poesía, </i>FCE, México 1971, p. 109<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Metáfora particularmente estimulante y que es el núcleo de donde se origina todo el famoso poema de Gorostiza. ¿Y de dónde viene su fuerza? Pues, sencillamente, del hecho de que en una sola imagen se encapsula la vida y la muerte: vivimos mientras nuestra conciencia, ese elemento líquido, maleable y amorfo, se mantiene aprisionada por este vaso; morimos cuando ese vidrio contenedor se rompe y nos deja salir, para fusionarnos con el mundo como una gota de agua que cae en el mar. Y este vaso está tan cerca, que apenas lo vemos; o mejor dicho, es la condición misma de nuestra observación, pues a través de él percibimos el mundo. Y claro, por su propio material translúcido, impone una forma determinada en nuestra visión aunque no nos percatemos o no queramos aceptarlo. Colorea incluso nuestra concepción de dios y lo hace, por supuesto, dejando un tenue brillo azulado. Y tiene que ser azul, sí, pues estamos en un medio esencialmente acuático. Resuenan los versos de Manrique: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir". Por eso la muerte es una vuelta al origen, con los écos profundamente neoplatónicos que hay en esa idea: perder la individualidad y regresar al Uno, la morada inefable del Ser. Nos liberamos, así, de esa oscura prisión a la que estamos sometidos como condición misma de que podamos existir, pues sin esa celda nuestra alma se perdería y, por su propia naturaleza, vagaría por el mundo sin cuidado alguno, sólo viendo, sintiendo y experimentándolo todo, extasiada ante el delirio mecánico universal que se repite ante ella. </div>
<div style="text-align: justify;">
Metáfora tremenda y particularmente fecunda, sin duda; capaz de articular alrededor de sí toda una serie de implicaciones. Las demás, sáquelas usted mismo...</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-77033545082772698632013-06-04T08:43:00.000-07:002013-06-04T08:44:39.786-07:00"Con demasiada frecuencia desconocemos lo que aún hay de infantil,...<div style="text-align: justify;">
...por decirlo así, en la mayor parte de nuestras emociones de alegría. Sin embargo, ¡cuántos placeres presentes, si los examinásemos de cerca, se reducirían a recuerdos de placeres pasados! ¿Qué quedaría de muchas de nuestras emociones si las redujésemos a lo que tienen de estrictamente sentido, si les suprimiéramos todo lo que no es más que rememorado? Incluso ¡quién sabe si a partir de una edad determinada no nos volvemos impermeables a la alegría franca y nueva, y si las más dulces satisfacciones del hombre maduro no serán otra cosa sino sentimientos de infancia revividos, brisa perfumada que nos envía a bocanadas cada vez más raras un pasado cada vez más lejano!"</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Henri Bergson, <i>La risa, Ensayo sobre la significación de lo cómico</i>, Alianza Editorial, Madrid, 2008, pp. 53-54.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La idea de Bergson tiene algo de cautivador. Uno piensa inmediatamente en un bebé que, antes de saber siquiera hablar, ya sabe reír. ¿Cómo es posible que no se haya reparado en la trascendencia de ese sencillo hecho? Y si pensamos en las cosas que hacen reír a un bebé, nos daremos cuenta de que en ellas siempre hay algo de sorpresa y de insistencia: el padre que se esconde para asustar al hijo y lo hace una y otra vez para prolongar el efecto e incluso acrecentarlo; la madre que le muerde insistentemente los pies a su bebé; etc. Son cosas sencillas, banales, y por eso es algo tan significativo. Y es que la risa tiene siempre algo de repetición, algo de martilleante que hace que siempre pueda volver a brotar en un instante. Siempre hay placer, por ejemplo, en contar una vez más algún evento risible, y muchas veces no es porque queramos darlo a conocer a alguien más, a quien se lo contamos, sino porque queremos recrearlo nosotros mismos. Por eso tanta gente repite las cosas que, cree, han causado gracia. Y así, nuestros momentos de alegría actual bien podrían ser un eco de un momento remoto que ya no recordamos conscientemente. Reír siendo "persona madura" sería entonces el mejor mecanismo para quitarnos las máscaras y hacer ver que sólo somos pedazos de carne que piensan y sienten; un mecanismo para instalarnos de golpe en aquel momento lejano en que sólo se vivía, se vivía a costa de todo, y se vivía así, sin más, intuyendo que nada más importa. Esos momentos infantiles que han quedado sepultados en la maraña de recuerdos que hemos creído importante retener... Quizás Bergson tenga razón, quizás ahí es donde está la alegría más pura, más franca, y por ello, tanto menos duradera...</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-75960448784036582892013-03-26T23:03:00.000-07:002013-03-27T10:02:21.659-07:00"Nada resulta más extraño ni más irritante...<div style="text-align: justify;">
...que las relaciones que se establecen entre hombres que sólo se conocen de vista, que diariamente, a todas horas, se tropiezan, se observan, viéndose obligados, por la etiqueta o por capricho a no saludarse ni cruzar palabra, manteniendo el engaño de la indiferencia perfecta. Se produce entre ellos inquietud e irritada curiosidad. Es la historia de un deseo de conocerse y tratarse insatisfecho, artificiosamente contenido, y, en especial, de una especie de estimación exaltada. Pues el hombre ama y honra al hombre mientras no pueda juzgarle. Y el deseo se engendra por el conocimiento defectuoso".</div>
<br />
Thomas Mann, <i>Muerte en Venecia, </i>Seix Barral / Origen, Barcelona, 1984, pp. 95-96.<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Se trata de un pasaje memorable. Mann describe a la perfección algo que seguramente todos hemos sentido en algún momento, pues ¿con cuántas personas en la vida diaria nos cruzamos una y otra vez y aun así mantenemos siempre esa distancia que consideramos "correcta"? A veces, incluso, sabemos dónde trabajan o cómo se llaman, pero, por el prurito estúpido de no cruzar palabra alguna puesto que aún no nos conocemos formalmente, conservamos esa fingida frialdad y esa falsa indiferencia. Pero lo cierto es que casi siempre estamos intrigados, casi siempre nos asalta la curiosidad al ver a esas personas. En el fondo, aunque no lo hacemos normalmente, desearíamos familiarizarnos con ellas, tratarlas, comprobar o desmentir nuestras primeras impresiones.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y es que, en general, si la gente totalmente desconocida despierta por sí misma cierto interés en nosotros, tanto más lo hace cuando adquiere un rostro familiar que ya asociamos con ciertos lugares o ciertas actividades. Los parques y las plazas a menudo nos atraen sencillamente porque nos gusta ver al prójimo, imaginar su vida, atisbar sus penas, apenas dibujadas en una mueca o en una mirada perdida; pero cuando nos damos cuenta de que coincidimos con ciertas personas al ir a determinados lugares (conciertos, cafés, librerías, trabajo, escuela, etc.), ese prójimo enteramente ajeno toma una dimensión casi familiar y por ello mismo se vuelve más intrigante. Se trata de lo extraño y, al mismo tiempo, conocido. Es algo profundamente ajeno que de pronto se vuelve propio, a veces muy propio...</div>
<div style="text-align: justify;">
Y en ocasiones, momentos muy específicos de la vida, pasa que ponemos todas nuestras esperanzas en tales personas, todos nuestros anhelos de humanidad, nuestros más íntimos deseos de contacto. Por eso se forma lo que Mann llama una "estimación exaltada". Esa gente se vuelve para nosotros la idealización pura, idealización etérea que no conviene bajar de las nubes. Quizás por eso, porque intuimos que si la conocemos se derribará el ideal, porque sabemos que si examinamos desde muy cerca, desde la intimidad, veremos fallas y resquebrajaduras, quizás por eso mismo mantenemos tantas veces esa prudente distancia. Y así nos pasamos la vida ante ciertas personas: cruzando miradas de reconocimiento desde lejos y, cuando mucho, intercambiando ligeras sonrisas, aquiescencias implícitas de algo que tal vez jamás veremos materializado.</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-79268862365057794982013-03-17T15:57:00.000-07:002013-03-17T17:36:22.980-07:00"No te asomes al fondo de mi vida...Por mucho que atisbes, hallarás la sombra<br />
de un enigma".<br />
<br />
<div style="text-align: justify;">
Enrique González Martínez, <i>El poeta y su sombra, </i>Selección de Francisco Hernández, Fondo de Cultura Económica, México, 2005, p. 77.</div>
<br />
<div style="text-align: justify;">
Se trata de un fragmento del poema <i>Noli me tangere</i>, que significa literalmente "No me toques". Selecciono este pasaje porque encierra en pocas palabras una idea que quedó firmemente impresa en mi mente. Es muy frecuente querer hurgar en el alma y en lo más profundo de ciertas personas. Quizás se debe a que en ocasiones pensamos que ahí encontraremos algo especial, algo que nos explique a nostros mismos, como si necesitáramos definir y comprender cabalmente al otro para poder dotarnos de sentido a nosotros mismos. Y así, nos lanzamos a la búsqueda de los detalles y características que nos revelen el alma de esa persona. Tenemos esa inclinación natural a querernos asomar a lo hondo de algunos, pero he aquí que de manera invariable, como sugiere González Martínez, descubrimos que eso es un pozo sin fondo. El alma es ese oscuro precipicio intangible en que se funda el ser de cada uno. Si nos asomamos ahí, ni siquiera veremos el enigma mismo, sino sólo la sombra de ese enigma enclavado en lo profundo. </div>
<div style="text-align: justify;">
Por eso, González Martínez repite en el poema "no me toques el alma, porque la estrujarías". El alma es algo tan tenue y sutil, tan propio e intransferible, que cualquier intento por acercarse a ella por parte de alguien más podría ser fatídico. Cualquier afán por asirla, que es al final lo que tantos tratamos de hacer cuando amamos a alguien, puede convertirse en una acción violenta. Cualquier intromisión por parte del prójimo puede terminar aplastándonos el alma, estrujándola.</div>
<div style="text-align: justify;">
Y así, amar implica casi siempre algún tipo de violencia sobre el otro. Volcar todas nuestras aspiraciones y nuestros más íntimos afanes hacia alguien más es una manera de expresar esas ganas de tocar el alma de otro ser humano. Queremos tenerla en las manos, sentirla, comprenderla, definirla y hermanarnos con ella. Queremos fusionarnos, diluirnos en ella, explicarnos con ella, pero lo cierto es que, ahí abajo, para cada ser humano que respira bajo este cielo y deambula por estas calles, para cada persona que suspira secretamente al ver la luna o las estrellas y se siente siempre más humana cuando recibe un abrazo sincero, para todos, en suma, lo único que hay en el fondo del alma es un enigma, la marca indeleble de una interrogante infinita.</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-31149204711357292442012-10-31T15:44:00.001-07:002013-02-28T19:03:09.652-08:00“Estaba enfermo y sin un real, pero se suicidó porque olía a cebolla……–Huele a cebolla que apesta, huele un horror a cebolla.<br />
<div align="justify">
–Cállate, hombre, yo no huelo nada, ¿quieres que abra la ventana?</div>
<div align="justify">
–No, me es igual. El olor no se iría, son las paredes las que huelen a cebolla, las manos me huelen a cebolla. </div>
La mujer era la imagen de la paciencia.<br />
–¿Quieres lavarte las manos?<br />
–No, no quiero, el corazón también me huele a cebolla.<br />
–Tranquilízate.<br />
–No puedo, huele a cebolla.<br />
–Anda, procura dormir un poco.<br />
–No podría, todo me huele a cebolla. <br />
–¿Quieres un vaso de leche?<br />
<div align="justify">
–No quiero un vaso de leche. Quisiera morirme, nada más que morirme, morirme muy de prisa, cada vez huele más a cebolla.</div>
–No digas tonterías.<br />
–¡Digo lo que se me da la gana! ¡Huele a cebolla!<br />
El hombre se echó a llorar.<br />
–¡Huele a cebolla!<br />
–Bueno, hombre, bueno, huele a cebolla.<br />
–¡Claro que huele a cebolla! ¡Una peste!<br />
<div align="justify">
La mujer abrió la ventana. El hombre, con los ojos llenos de lágrimas, empezó a gritar.</div>
–¡Cierra la ventana! ¡No quiero que se vaya el olor a cebolla!<br />
–Como quieras.<br />
La mujer cerró la ventana.<br />
–Quiero agua en una taza; en un vaso, no.<br />
<div align="justify">
La mujer fue a la cocina, a prepararle una taza de agua a su marido.</div>
<div align="justify">
La mujer estaba lavando la taza cuando se oyó un berrido infernal, como si a un hombre le hubieran roto los dos pulmones de repente.</div>
<div align="justify">
El golpe del cuerpo contra las losetas del patio, la mujer no lo oyó. En vez sintió un dolor en las sienes, un dolor frío y agudo como el de un pinchazo con una aguja muy larga. </div>
<div align="justify">
–¡Ay!</div>
<div align="justify">
El grito de la mujer salió por la ventana abierta; nadie le contestó, la cama estaba vacía.</div>
<div align="justify">
Algunos vecinos se asomaron a las ventanas del patio.</div>
<div align="justify">
–¿Qué pasa?</div>
<div align="justify">
La mujer no podía hablar. De haber podido hacerlo, hubiera dicho:</div>
<div align="justify">
–Nada, que olía un poco a cebolla.”<br />
</div>
<div align="justify">
Camilo José Cela, <i>La Colmena, </i>Bruguera, Barcelona, 1980, pp. 238-239.<br />
</div>
<div align="justify">
Era muy difícil seleccionar un solo pasaje de entre la multitud de fragmentos memorables de esta novela de Camilo José Cela. Pero pongo éste por un sencilla razón: capta de manera precisa la técnica de Cela, que desarrolla y que afina a niveles admirables en su novela. Cela es, ante todo, y como todo buen escritor, un magnífico observador. En <i>La Colmena </i>estamos con una versión más depurada y, por decirlo así, más impersonal y colectiva que el tremendismo de <i>La familia de Pascual Duarte. La Colmena </i>es una novela de retazos y fragmentos, una especie de caleidoscopio de una multitud increíble de personajes y variantes humanas de una sola idea constante: la imperfección. Cela los pinta con una ironía capaz de hacerle a uno soltar la más sonora carcajada, y poco a poco, guía al lector por los recovecos psicológicos de todos los personajes, pero jamás definiéndolos expresamente y de manera abstracta, sino haciéndolos patentes a través de los detalles (un guiño, un tic involuntario que se dispara en ocasiones concretas, cierta tendencia a elevar la voz, el gusto por verse ante el espejo, lo que alguien piensa antes de dormir, el modo en que un marido ignora implacablemente a su esposa, la técnica de alguien para pedir un cigarro a un extraño, y un etcétera muy largo).</div>
<div align="justify">
Y lo que hace Cela en este pasaje, usando personajes que no aparecen en ningún otro lugar de la novela, es retratar de manera sumamente aguda una tendencia humana innegable. Cuando estamos profundamente afectados por algo, muchas veces es tan fuerte que ya ni siquiera lo vemos, ya ni siquiera lo asumimos como la causa de nuestros malestares. Y así, explotamos ante cosas o eventos que, por sí mismos, son absurdos y que en otras circunstancias jamás nos afectarían de tal modo. Habría que decir, entonces, que aquel hombre, en cierto sentido, no se suicidó por el olor a cebolla, sino porque estaba enfermo y sin un peso y seguramente su vida le parecía miserable; pero en otro sentido, por supuesto que se suicidó por el olor a cebolla, sólo por eso y nada más.</div>
<div align="justify">
En el fondo, gran parte de nuestras reacciones extremas siguen esa lógica doble: levantamos la voz y herimos a quien más queremos, y pensamos, por ejemplo, que es porque se nos acaba de decir algo inapropiado y en ese instante nos creemos en nuestro derecho de actuar así, pero muchas veces es a causa de algo que, por sí mismo, es tan absurdo como el olor a cebolla. Se nos olvida entonces que tales reacciones también están regidas por una lógica más profunda, que en estos casos suele ser una muy honda insatisfacción frente a algo a veces bastante indeterminado, y que es capaz de salir disparada a la superficie mediante mecanismos en apariencia inexplicables y azarosos. Y es esto lo que crea esa contradicción que tan bien retrata Cela, que hace que el hombre primero quiera que se vaya el olor a cebolla y luego quiera que se quede. Hay algo inmensamente humano en esa actitud tan irracional…</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-36397059018092488362012-10-11T21:38:00.000-07:002012-10-13T19:26:39.754-07:00“Las apariciones son, en cierto modo, fragmentos, trozos de otros mundos…<p align="justify">… El hombre sano, naturalmente, no tiene motivos para verlas en atención a que el hombre sano es sobre todo un hombre material, y, por consiguiente, para que su vida sea normal, debe vivir únicamente la vida de aquí abajo. Pero apenas enferma, en cuanto se quebranta el orden normal, terrestre, de su organismo, inmediatamente comienza a manifestarse la posibilidad de otro mundo; a medida que su enfermedad se agrava se multiplican sus contactos con el otro mundo, hasta que la muerte le hace entrar en él por completo”.</p> <p align="justify">Fiodor Dostoievski, <em>Crimen y Castigo, Los Hermanos Karamazov</em>, Edimat libros, Madrid, España, 2000, p. 217.</p> <p align="justify">Se trata de una reflexión de un personaje llamado Svidrigailov de Crimen y Castigo en torno a las apariciones de fantasmas. La idea tiene francamente algo de estremecedor. Por lo general, pensamos en la vida y en la muerte como dos instancias opuestas que se excluyen de manera total. Nos imaginamos que, sea lo que sea que encontremos al morir, ya sea la más oscura e impenetrable inexistencia, ya sea un porvenir eterno donde sólo seremos espíritu, es algo en principio incompatible con la vida, algo enteramente distinto. Pero he aquí que Dostoievski sugiere que, más bien, podría haber una especie de continuo entre los dos, entre vivir y morir, y que en cierto modo se traslaparían. Cuando enfermamos, morimos un poco y podemos experimentar, como por una pequeña resquebrajadura que se nos abre por un instante, ese otro mundo que pertenece sólo a los muertos. Semejante idea explicaría el hecho de que en los enfermos sea tan frecuente el estado visionario o susceptible a ver apariciones fantasmales. </p> <p align="justify">Y así, los fantasmas, en sentido estricto, no serían reales, puesto que no se guiarían por la lógica de lo que llamamos “real”, que es la que rige nuestro mundo material, el que vivimos día a día; pero en otro sentido, serían profundamente reales, pues serían manifestaciones fehacientes de la existencia de otro mundo que jamás vemos. Serían, pues, cuanto más irreales, más reales.</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-42345217006319291092012-09-16T11:01:00.000-07:002012-09-16T11:02:00.037-07:00“No es razonable mantener esperanzas en este mundo que vivimos…<p align="justify">…Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que ese mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades. Y este mismo renacer de algo tan descabellado, tan sutil y entrañablemente descabellado, tan desprovisto de todo fundamento es la prueba de que el hombre no es un ser racional. Y así, apenas los terremotos arrasan una vasta región de Japón o de Chile; apenas una gigantesca inundación liquida a centenares de miles de chinos en la región del Yang Tse; apenas una guerra cruel y, para la inmensa mayoría de sus víctimas sin sentido, como la Guerra de los Treinta Años, ha mutilado y torturado, asesinado y violado, incendiado y arrasado a mujeres, niños y pueblos, ya los sobrevivientes, los que sin embargo asistieron, espantados e impotentes, a esas calamidades de la naturaleza o de los hombres, esos mismos seres que en aquellos momentos de desesperación pensaron que nunca más querrían vivir y que jamás reconstruirían sus vidas ni podrían reconstruirlas aunque lo quisieran, esos mismos hombres y mujeres (sobre todo mujeres, porque la mujer es la vida misma y la tierra madre, la que jamás pierde un último resto de esperanza), esos precarios seres ya empiezan de nuevo, como hormiguitas tontas pero heroicas, a levantar su pequeño mundo de todos los días: mundo pequeño, es cierto, pero por eso mismo más conmovedor. De modo que no eran las ideas las que salvaban el mundo, no era el intelecto ni la razón, sino todo lo contrario: aquellas insesatas esperanzas de los hombres, su furia persistente para sobrevivir, su anhelo de respirar mientras sea posible, su pequeño, testarudo y grotesco heroísmo de todos los días frente al infortunio. Y si la angustia es la experiencia de la Nada, algo así como la prueba ontológica de la Nada, ¿no sería la esperanza la prueba de un Sentido Oculto de la Existencia, algo por lo cual vale la pena luchar? Y siendo la esperanza más poderosa que la angustia (ya que siempre triunfa sobre ella, porque si no todos nos suicidaríamos) ¿no sería que ese Sentido Oculto es más verdadero, por decirlo así, que la famosa Nada?”.</p> <p align="justify">Ernesto Sabato, <em>Sobre héroes y tumbas, </em>edición definitiva, Seix Barral, Barcelona, 1988, pp. 232-233.</p> <p align="justify">Sin duda es uno de los mejores pasajes del libro de Sabato. Se desarrolla aquí un tema recurrente en la novela: el de la esperanza. Para Sabato, incluso los pesimistas, para llegar a serlo, deben haber alimentado algún tipo de esperanza en algún momento. Sólo se puede tener una visión negra de la existencia si antes se ha creído en él y en sus posibilidades. De modo que hay una relación de estrecha interdependencia entre pesimismo y optimismo, entre angustia y esperanza, una especie de flujo o vaivén que nos hace volver al uno y al otro continuamente. </p> <p align="justify">Y del mismo modo que el pesimista necesita haber experimentado la esperanza y sus tontas ilusiones, como si le faltara el choque previo entre sus expectativas y la realidad fallida y destructora para poder llegar a su posición de desencanto, así también el mayor optimista nace ahí donde sólo puede haber angustia o desesperación, especialmente ante las catástrofes humanas o naturales. La esperanza, pues, es lo más irracional que puede haber y precisamente por eso es un móvil tan fuerte de nuestras acciones. Y no sólo eso, sino que Sabato se atreve a insinuar que, así como aquella angustia tan mencionada por los existencialistas, angustia ante el hecho de trabajar, esforzarse y vivir para que al final no seamos más que alimento de gusanos, es el correlato humano y emocional de la Nada, así también la esperanza sería el correlato de algo más, un impulso irrefrenable y más potente que mueve al mundo mismo, un Sentido Oculto que dirige nuestros pasos a través de las desdichas y las calamidades. </p> <p align="justify">La idea es verdaderamente cautivadora, sobre todo porque la gran mayoría de nosotros sabemos muy bien que, a pesar de todo, a pesar de nuestros infortunios y nuestras más profundas aflicciones, seguiremos viviendo y mañana nos levantaremos a trabajar como aquellas conmovedoras e insignificantes hormiguitas, siempre laborando y buscando aquello que en realidad seguramente no podremos encontrar. Y es que, de alguna manera lo intuimos, lo verdaderamente importante es la búsqueda misma, es decir, no interrumpirla por ningún motivo, porque eso equivaldría a la muerte, o más exactamente, al suicidio.</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-67558510979801282742012-08-28T14:24:00.001-07:002012-08-28T15:51:03.351-07:00“Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla...<div align="justify">
...y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara </div>
<div align="justify">
de amarga esencia humana, la tumba…”.</div>
<div align="justify">
César Vallejo, “La cena miserable”. En <i>Poesía Completa</i>, Axial, México, 2007, p. 100.</div>
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En realidad estoy cometiendo una injusticia con Vallejo, pues estoy cortando un poema que sólo puede entenderse como unidad y que les recomiendo ampliamente: el titulado “La cena miserable”.</div>
<div align="justify">
De cualquier modo, lo que me atrapó del fragmento es la dura imagen con que Vallejo retrata el modo en que se nos acerca la muerte. Es quizás una de las ideas más sombrías que he leído en mucho tiempo. Imaginemos a un borrachín tambaleante que sólo sabe abrir la boca para mofarse de todo. Ahí está: lo vemos bailar sombríamente con sus harapos y reírse con sorna de los anhelos y las preocupaciones que rigen nuestras vidas, eructando ante nuestras angustias y vomitando desaforadamente ante nuestras alegrías. Pero no sólo eso, sino que, con su pulso quebradizo e inseguro, nos trata de dar de comer con su cuchara negra y temblorosa, y nos la aproxima y luego nos la quita burlonamente, sabiendo que, en su gran borrachera, él tiene la última palabra sobre nosotros. Él, un ebrio sucio y taimado. Y lo que tiene en esa cuchara a veces nos parece un jarabe medicinal, pero en realidad no es más que “amarga esencia humana”. Nos da nuestras propias miserias condensadas, nuestros más íntimos desperdicios de amargura y desesperación. Y eso, eso no es otra cosa sino la tumba misma en que estaremos: la muerte.</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-2509197805113331962012-08-10T14:06:00.001-07:002012-08-10T14:06:01.152-07:00“En algún lugar de África oriental, en Tanzania, creo, encontraron hace algunos decenios…<p align="justify">… el esqueleto de un antropoide hembra que ya debía estar más cerca de una mujer que de un mono. Lucy la llamaron los investigadores, los <em>beatles </em>habían compuesto una canción sobre ella, bastante floja por cierto. Me pregunto si Lucy presentía algo cuando miraba la sabana. ¿Nos barruntaba? Me tranquilizaría imaginar que los animales nos veían venir. Sería más fácil, además, identificarse con los animales. Muy probablemente, Lucy sería una criatura más curiosa que medrosa, sin duda su curiosidad sería el sentido que le habría permitido presentirnos. Ella vivió en un tiempo muy anterior al lenguaje en el que el <em>logos </em>aún estaba muy lejos, vivió un millón de años antes de la aparición de la cultura oral. Y sin embargo, según afirman los antropólogos, ella forma parte de nosotros. Por esta razón, Lucy podría ser también para los escritores un buen inicio. En ocasiones me pregunto con qué derecho, bajo qué imperativo, se escribe en realidad. Todos los autores se hacen eco de esta pregunta en una u otra ocasión. ¿Qué hay que decir? ¿Qué voz está detrás tuyo? Cuando se hace esta pregunta, hay colegas que gustan de jugar el papel del místico solitario y enmudecido y confiesan, con aparente tristeza, que ellos nunca han tenido a nadie detrás de ellos: todo procede de ellos mismos. En el pasado yo también he sentido la tentación de comportarme de ese modo, pero cuando uno reflexiona mejor sobre esta cuestión, no tiene más remedio que decirse que esta actitud es fraudulenta. En el animal con capacidad de lenguaje la soledad es siempre una mentira. Aunque no te envíen hacia adelante como su emisario, se tiene a tanta gente que ha hablado detrás de uno… y criaturas hablantes también seguirán existiendo en el futuro. La corriente lingüística es tan grande… se remonta mucho más lejos en el tiempo de lo que los escritores habitualmente admiten. No quiero hacer referencia a los forjadores de mitos ni a los fundadores de religiones, ni tampoco a los clásicos, a los filósofos, los poetas: éstos todavía están muy cerca de nosotros, y tendemos a evitar aceptar las misiones que proceden de parte suya. Lucy, en este punto, tiene una posición más favorable, ella se encuentra realmente muy lejos de nosotros y, pese a ello, ya forma parte, si lo que se dice es cierto, de la familia. Me imagino a mi lado una dama ágil de rasgos semiantropoides en la que, de vez en cuando, aparece el fulgor en sus ojos. Aunque ella no disponga aún de lenguaje alguno para expresarlo, siente que va a venir algo. Y pese a todo, ¿quién sabe si ella presiente el mundo de la palabra, si siente que hay donaciones que vuelan por el aire, si también barrunta la existencia de efectos a distancia? Pues ella me empuja a un lado… No puedo evitarlo, pero me parece como si comprendiera lo que quiere decir. Venga, dime algo, una orden para un tarea, por ejemplo. Aunque no sea muy precisa, bastaría para comenzar”.</p> <p align="justify">Peter Sloterdijk, <em>Experimentos con uno mismo, Una conversación con Carlos Oliveira</em>, Pre-Textos, trad. de Germán Cano, Valencia, 2003, pp. 174-175.</p> <p> </p> <p align="justify">Ésta es definitivamente una de las mejores conclusiones de libro que me he encontrado últimamente. Me dejó callado por largo tiempo, pensando y pensando en aquella Lucy tan remota que contempla taciturna el abismo de la sabana y en cuya mente se bosqueja algo que ni siquiera es una idea, sino una vaga intuición de los milenios venideros. Quizás fue el mundo mismo el que le arrojó esa primera palabra: el ruido de un árbol al caer, que por un azar increíble interpretó como el grito de la muerte; o el sutil gorjeo de un ave, que inesperadamente comprendió como el signo de la vida y la tranquilidad. Pero el caso es que esa palabra inicial, ese símbolo primordial, fue en cierto sentido el punto de arranque del lenguaje mismo, el instante en que nacimos todos nosotros. </p> <p align="justify">Tal vez, siguiendo la idea de Sloterdijk, cada vez que escribimos tratamos, sin saberlo, de remontarnos a esa fuente primigenia. Hemos engendrado variantes infinitas de esa única palabra, que toda ella sirvió en aquel momento para expresar el mundo y la totalidad de cosas, pues no había más vocablos que compitieran con ella para seccionar la realidad en casillas definidas. Esa palabra designó a un tiempo la vida y la muerte, la luz y la oscuridad. Las cavilaciones de todo escritor al esforzarse por dar con la expresión adecuada serían, así, el modo en que algunos seres humanos han encontrado para abrevar de aquel manantial cristalino y remoto de donde extraemos, a cada paso y sin sospecharlo, nuestra humanidad.</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-2730765539331425092012-07-24T14:40:00.001-07:002012-07-26T10:36:44.493-07:00“Pongamos que estás en el campo, en alguna zona de montañas y lagos…<div align="justify">
… Toma prácticamente el camino que quieras y lo más probable es que te lleve a un valle y te deje ahí junto a un estanque en la corriente. Hay magia en eso. Deja que el hombre más distraído se sumerja en sus ensoñaciones más profundas, ponlo de pie, haz que comience a caminar e infaliblemente te conducirá al agua, si es que hay agua en toda esa región. Si alguna vez estás sediento en el gran desierto americano, prueba este experimento si tu caravana está casualmente provista de un profesor metafísico. Sí, como todos lo saben, la reflexión y el agua están eternamente unidas”.</div>
Herman Melville, <i>Moby-Dick or The Whale</i>, Penguin Books, Londres, 2003, p. 4. <br />
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<div align="justify">
Es una de las reflexiones iniciales de la conocida novela de Melville, un pasaje que se me quedó particularmente grabado cuando leí el libro hace ya algún tiempo. Ésta es justamente la explicación inicial que da Ismael, el personaje central, para embarcarse a la mar como marinero y dejarlo todo, abandonando su vida en tierra como si fuera una maleta vieja que ya no necesita para la travesía que se abre infinita ante él.</div>
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Y es que todos sabemos que la naturaleza, en la extensa variedad de paisajes que nos ofrece, ejerce sobre cada uno de nosotros un magnetismo que varía en función de nuestra personalidad. Pero entre toda esa diversidad natural, es sin duda con el mar con el que todos, casi sin excepción, quedamos embelasados, aunque sea por instantes. Es casi como si frente al mar el hombre recordara sus más hondos instintos metafísicos.</div>
<div align="justify">
Pienso en el sol cayendo oblicuamente sobre las olas; me imagino el ir y venir de las aguas agitando esos dorados sobre la superficie, esas chispas y líneas de luz que nacen y mueren en instantes; observo esos vaivenes interminables y su infinita extensión hacia el horizonte, hacia un azul cada vez más oscuro y denso; y no puedo sino sentirme sobrecogido ante lo inmenso y, así, atisbar por un momento ese más allá que nos rodea a cada paso, esa otra realidad que se cierne siempre sobre nosotros pero que, por un azar inexplicable y aun así comprensible, sólo experimentamos frente al mar. Ahí, estamos de cara a lo inconmensurable.</div>
<div align="justify">
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Dejo el original en inglés (las traducciones siempre son criticables):</div>
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“Say you are in the country; in some high land of lakes. Take almost any path you please, and ten to one it carries you down in a dale, and leaves you there by a pool in the stream. There is magic in it. Let the most absent-minded of men be plunged in his deepest reveries- stand that man on his legs, set his feet a-going, and he will infallibly lead you to water, if water there be in all that region. Should you ever be athirst in the great American desert, try this experiment, if your caravan happen to be supplied with a metaphysical professor. Yes, as every one knows, meditation and water are wedded for ever.”</div>
Herman Melville, <i>Moby-Dick or The Whale</i>, Penguin Books, Londres, 2003, p. 4.joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-70942300086337870372012-07-03T07:46:00.001-07:002012-07-03T07:46:49.607-07:00“Y nos lanzamos a enseñarles a leer…<p align="justify">…y había que ver el espectáculo que domingo a domingo daba, por ejemplo, Carlos Pellicer. Su cuerpo bajo y menudo, aun su cabeza, entonces con una cabellera bien poblada, no podían darle la estampa de sacerdote; pero sí aquella voz y esa feliz combinación de una preciosa veta religiosa y un instinto seguro de la escena y el teatro. Carlitos llegaba a cualquier vecindad de barrio pobre, se plantaba en el centro del patio mayor, comenzaba por palmear ruidosamente, después hacía un llamamiento a voz en cuello, y cuando había sacado de sus escondrijos a todos, hombres, mujeres y niños, comenzaba su letanía: a la vista estaba ya la aurora del México nuevo, que todos debíamos construir, pero más que nadie ellos, los pobres, el verdadero sustento de toda sociedad. Él, simple poeta, era ave de paso, apenas podía servir para encarrilarlos en sus primeros pasos; por eso sólo pretendía ayudarles a leer, para que después se alimentaran espiritualmente por su propia cuenta. Y en seguida el alfabeto, la lectura de una buena prosa, y al final, versos, demostración inequívoca de lo que se podía hacer con una lengua que se conocía y que se amaba. Carlos nunca tuvo un público más atento, más sensible, que llegó a venerarlo”.</p> <p align="justify">Daniel Cosío Villegas, “La generación de 1915”, en <em>El intelectual mexicano y la política, </em>Planeta/Joaquín Mortiz, México, 2002, pp. 10-11.</p> <p align="justify"> </p> <p align="justify">Éste es un pasaje que me impresionó fuertemente hace algunos años y ahora, en este clima tan político, me vino irremediablemente a la cabeza, justo ahora que hemos visto que los votos se compran con facilidad y que se organizan taxis y camionetas para pasar a las zonas más pobres y llevar a la gente a que vote por el PRI, como ocurrió justamente en Yucatán.</p> <p align="justify">En la facción más extrema de la enorme masa inconforme con los resultados electorales, se han visto aparecer referencias a la Revolución de 1910, pero no se ha mencionado a la generación de intelectuales que contribuyeron a aquella transformación social mediante su quehacer educativo. Se me ocurre ahora que, quizás, esa intensa y heterogénea movilización universitaria que hemos visto casi institucionalizarse como #YoSoy132, reclamando su carácter “oficial” frente a otras ramas “espurias”, podría canalizar una parte de su energía no sólo a las marchas y a la difusión (que ya han hecho) de los contenidos disponibles en internet, sino también a la educación misma. Quizás ahí está una de las vías para mantenerse vigente en tiempos postelectorales.</p> <p align="justify">Pellicer, si vivera ahora, iría precisamente a las zonas de donde salieron acarreados del PRI y donde se repartieron despensas y dinero en efectivo, y haría su contribución (modesta, quizás, pero profundamente simbólica) ayudando a mejorar las habilidades de lecto-escritura de la gente, lo cual, como sabemos, es la piedra angular del juicio y la capacidad crítica de todo individuo.</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-57904997925293075222012-06-20T19:23:00.001-07:002012-06-20T19:23:19.354-07:00“Se diría que, desde que piensa, el hombre ha presentido y temido a un ser nuevo,…<p align="justify">… más fuerte que él, sucesor suyo en este mundo, y que, sintiéndole próximo y no pudiendo prever la naturaleza de este maestro, ha creado, en su terror, toda la población fantástica de seres ocultos, fantasmas vagos nacidos del miedo”.</p> <p align="justify">Guy de Maupassant, <em>El Horla y otros cuentos de crueldad y delirio</em>, Traducción de Mario Armiño, Valdemar, Madrid, 2002,<em> </em>pp. 62-63.</p> <p align="justify"> </p> <p align="justify">El conocido cuento de Maupassant, el Horla, es un buen ejemplo de la forma en que suele obrar la literatura en nuestra mentalidad y en nuestras ideas, atentando sobre todo con lo que se consideran los límites de lo razonable y traspasándolos. Es casi como si la literatura ensanchara el círculo de lo que se considera concebible, pues siempre tiene la capacidad para mostrarnos algo nuevo, algo inimaginado e inaudito, un más allá inesperado. Nos hace siempre tener presente que el mundo de actitudes, ideas, concepciones y razonamientos dentro del cual nos movemos cotidianamente no es en el fondo algo absoluto e inamovible, sino algo contingente y en ocasiones arbitrario.</p> <p align="justify">Quizás por eso la locura es uno de esos grandes temas que ha explorado la literatura. Y esto es precisamente lo que está de fondo en el pasaje de Maupassant: mostrar que siempre hemos intuido de algún modo ese más allá, lo que está después de la frontera, y que por el miedo que nos ha provocado el asomarnos en ese afuera por instantes, hemos poblado nuestra imaginación de seres fantásticos. Sólo que Maupassant lleva esta idea al extremo: nos sugiere que, quizás, al ver hacia afuera hemos atisbado una existencia concreta, una materialización de ese exterior delirante. Se trataría de un ser enteramente distinto que se mueve en un plano completamente ajeno a nuestros sentidos y que por tanto no podríamos percibir, pero cuya fuerza sería tal, que nosotros no podríamos sino postrarnos ante él y obeceder sus órdenes.</p> <p align="justify">La idea es aterradora, francamente, y lo es más en la medida en que Maupassant nos hace ver que algo así, que pensaríamos inconcebible, es en realidad razonable.</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-90319909541514414242012-06-10T08:07:00.001-07:002012-06-10T08:07:05.579-07:00“Hay un momento en la juventud en que todo…<p>…es posible, en que todo es poco en la inmensidad de nuestra vida”.</p> <p>Adolfo Bioy Casares, <em>Historia prodigiosa</em>, Club Internacional del Libro, Madrid, 1956, p. 84.</p> <p> </p> <p align="justify">La frase me dejó sin aliento. Y es que ahora, sin ser viejo, pienso en momentos de adolescencia y me veo como algo totalmente abierto, donde todas las posibilidades y todos los caminos factibles se mantenían latentes. Ahí estaba yo, con todos los posibles “yo” frente a mí, viéndome y esperando a que tomara mis decisiones. El miedo a elegir una vía precisa no viene de la inseguridad respecto ella, sino de la callada consciencia de que escoger un sendero significa olvidar el resto. Abro una puerta, sí, pero estoy cerrando las demás. Avanzo en la vida, elijo, tomo decisiones a cada momento, y poco a poco me adentro por un camino que es sólo mío y por donde tengo que ir con un fardo cada vez más abultado: mientras más avanzo, más siento la obligación de cumplirle a las decisiones ya tomadas, de ser coherente conmigo mismo. La responsabilidad no es más que otra palabra para ese fardo. Vivir traquilo depende de la facilidad para asimilar esa carga y transformarla en motor de las propias acciones.</p> <p align="justify">Pero, en cambio, la juventud no tiene esa coherencia como transfondo de las acciones, ella construye su propia coherencia a cada acto y a cada momento. Está plenamente abierta. Por eso, ahí, todo el mundo, todas las cosas, todas las posibilidades, se quedan cortas, son poco frente a la inmensidad de la vida que se abre ante nosotros.</p> <p align="justify">Quizás el único problema, y que no menciona Bioy Casares, es que es precisamente cuando somos jóvenes cuando menos nos damos cuenta de todo esto. Y los mayores sentimos la necesidad de advertir “ten cuidado con lo que elijas, porque esto podría determinar el resto de tu vida”, pero para un adolescente es sin duda una frase insufrible, algo casi terrorífico; si pensara eso cada vez que toma decisiones, sería incapaz de tomarlas. Somos, pues, seres muy extraños: precisamente cuando somos más libres es el momento en que menos lo sabemos.</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-66126574563932764672012-06-06T09:35:00.001-07:002012-06-06T09:35:23.671-07:00“Lo que vemos de las cosas son las cosas…<p align="justify">… ¿Por qué habríamos de ver una cosa si hubiera otra? ¿Por qué ver y oír sería ilusionarnos si ver y oír son ver y oír?”</p> <p align="justify">Fernando Pessoa, <em>Plural de nadie, Aforismos</em>, Selección y versiones de Miguel Ángel Flores, Verdehalago/UANL, México, 2005.</p> <p> </p> <p align="justify">Se trata de una protesta directa de Pessoa contra siglos de filosofía. Y es que la filosofía se basa enteramente en una distinción que nos instaura inmediatamente en el terreno de lo insoluble, a saber, aquélla entre el ser y el parecer. Tan pronto como hacemos tal distinción, avanzamos por ese largo camino que han recorrido los filósofos de muy diversas maneras, pero siempre con la idea detrás de una jerarquía entre el ser y el parecer, donde, evidentemente, lo primero está por encima de lo segundo. Y así, pensamos que hay una esencia detrás de las cosas que no corresponde a lo que nos dicen nuestros sentidos de ello, algo que la ciencia confirma en cierto modo al hacernos imaginar átomos y subpartículas interactuando de miles de maneras para formar las sillas en que nos sentamos, las camas en las que amamos. Y de pronto, el mero acto de ver u oír queda desvalorizado y visto como una mera ilusión, un engaño de nuestro cuerpo y que debemos eliminar mediante la mente y el pensamiento. </p> <p align="justify">Pero no, dice Pessoa. Lo que percibimos de los objetos son los objetos mismos. No hay que buscar más. No hay un misterio escondido detrás de las cosas aguardando al filósofo visionario para que nos lo desvele. El mundo <em>es</em> el mundo, no una esencia del mundo que debe distinguirse de su manifestación. Todo, en suma, es una gran tautología. Ver es precisamente eso, ver, y nada más. Así entendido, dejamos de desvalorizar el ver y el oír y los hacemos lo más importante, ya no algo en un segundo plano. En el mundo de Pessoa, entonces, no tiene sentido alguno la pregunta “¿qué es realmente…?”, que implica automáticamente aquella distinción, sino la pregunta “¿cómo lo estoy viendo y viviendo?”, y éste es el disparador para que la cosa misma se convierta en miles de cosas más, ajenas a una esencia única, para que todo brille y rutile según sus diversas e infinitas modalidades, que es justamente lo que nos muestran diariamente los poetas al escribir.</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-22898843995857941352012-05-17T09:30:00.001-07:002012-05-17T20:07:32.034-07:00“Curiosidad no es más que vanidad la mayor parte de las veces…<div align="justify">
… Queremos saber sólo para hablar de ello. De otra manera, no viajaríamos por el mar, para nunca contar nada y por el solo placer de ver, sin esperanza de comunicarlo alguna vez”.</div>
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Blaise Pascal, <i>Pensées</i>, Edición de Philippe Sellier, Pocket, París, 2003, p. 121. </div>
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Pascal es de esos autores que siempre están recordándonos los móviles de nuestro proceder diario, y por supuesto, los recuerda para mostrar que son casi siempre vacíos y vanos. Somos seres tan terriblemente dependientes del reconocimiento ajeno, que quizás es lo que más trabajo nos cuesta admitir. Tan pronto como decimos “sí, está bien, sí me importa la impresión de la gente”, estamos expuestos precisamente a que se tenga una mala impresión de nosotros. Y estamos siempre forzados a mostrarnos desinteresados, cuando en el fondo, muy en el fondo, sabemos que no ocurre tal cosa. </div>
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Y en el caso concreto de la curiosidad o de las ganas de aprender, creo que siempre vale la pena tener presente a Pascal. Y nótese que lo dice uno de los grandes científicos de aquella época. Cualquiera que haya sentido vivamente esa “espinita” por aprender y conocer, sabe también que a la vuelta de la esquina lo acecha siempre la tentadora idea de mostrarles a todos lo que se sabe, y no por un mero afán de instruir, sino por esa callada satisfacción que se tiene cuando los demás muestran su admiración. Y lo triste consiste en que es espantosamente fácil pasar de aquel impulso auténtico y genuino por saber, a esta postura que, en palabras de Pascal, no es más que vanidad… </div>
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Dejo el francés para los que quieran el original y no les guste mi traducción: </div>
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“Curiosité n'est que vanité le plus souvent. On ne veut savoir que pour en parler. Autrement on ne voyagerait pas sur la mer pour ne jamais en rien dire et pour le seul plaisir de voir, sans espérance d'en jamais communiquer.”</div>joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-33645430123525596672012-04-30T19:58:00.001-07:002012-04-30T19:58:38.772-07:00“Pues no me agrada deplorar la vida,…<p align="justify">… cosa que muchos han hecho, incluso personas doctas, y no me pesa haber vivido, puesto que he vivido de tal modo que pueda juzgar no haber nacido en vano, y salgo de la vida como de un sitio de hospedaje, no de un hogar, pues la naturaleza nos ha dado un lugar de paso donde detenernos, no donde habitar.”</p> <p align="justify">Cicerón, Marco Tulio, <em>Catón el Mayor: Sobre la vejez</em>, 84.</p> <p align="justify">Las últimas páginas del libro <em>De senectute</em> (<em>Sobre la vejez</em>) de Cicerón están entre las que más me han impresionado en la literatura romana. Ahí uno encuentra la síntesis de su ideal de elocuencia: precisión y armonía en el decir, peso y sustancia en el pensamiento. Ahí, el gusto estético y la reflexión están totalmente entremezclados y no hay nada mejor que eso para un lector.</p> <p align="justify">Lo que está de fondo en el pasaje es la creencia en la inmortalidad del alma, ese soplo vital que anima el cuerpo. Las ideas de Platón gravitan detrás de cada palabra, como una sombra que acecha a cada idea en torno a la muerte. Pero no es necesario comulgar con semejante concepción para intuir que se nos dice algo importante: no hay mejor manera de vivir que la que menciona Cicerón en boca del ya viejo Catón el Mayor; no tenemos otra opción sino vivir siempre, día a día, de tal modo que podamos considerar que no ha sido en vano lo que hemos hecho. Y no es necesario lanzarse a la “lucha social” para sentirlo, al menos eso creo yo. Basta con poder transmitir algo, sea conocimiento o una reflexión en alguien que quiere aprender, sea una emoción en un público, sea una visión del mundo o un sentido del deber en un hijo. </p> <p align="justify">Y esto es lo importante: que tampoco hace falta estar convencido de la inmortalidad del alma para asumir la vida como un lugar de paso –una venta, como diría el Quijote–, pues pensar así nos hace siempre tener patente la muerte. Esto que vivimos no es todo lo que hay, también hay un puro y llano dejar de existir. Pensar así nos hace saber que la muerte está encima de cada objeto a nuestro alrededor como una espesa capa invisible que lo cubre todo. Levanto una taza de café y la muerte ahí está, agazapada en cada trago, agolpada en cada mirada, hundida en cada pensamiento…</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-80165045224856039492012-04-23T20:58:00.001-07:002012-08-28T14:38:13.371-07:00“Si usted quiere verdaderamente entregarse a alguien más, cállese…<div align="justify">
… Y si tiene miedo de callar con él –a menos que este temor sea el temor o la avaricia augusta del amor que espera prodigios–, huya de él, pues el alma de usted ya sabe a qué atenerse. Hay seres con quienes el más grande de los héroes no se atrevería a callar, y almas que no tienen nada que esconder tiemblan aun así de que ciertas almas las descubran. Hay otras que no tienen silencio, y que matan el silencio a su alrededor; y son los únicos seres que pasan realmente inadvertidos. No logran traspasar la zona reveladora, la gran zona de la luz firme y fiel. No podemos hacernos una idea exacta de alguien que jamás ha guardado silencio. Se diría que su alma no ha tenido rostro.”</div>
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Maurice Maeterlinck, <i>Le trésor des humbles</i>, Editions Grasset & Fasquelle, París, 2008, p.24.</div>
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El silencio del que habla Maeterlinck no es el común, es decir, el que es oscuro y cercano a la muerte, sino el silencio luminoso que a veces, muy esporádicamente, intuimos como una compuerta abismal e infinita capaz de unirnos súbitamente a alguien en ciertos momentos cumbre. Lo que nos dice el escritor belga, y de muy diversos modos, es que hay cierto tipo de silencio casi metafísico mediante el cual, por así decirlo, dos almas se ven frente a frente y sin ningún tipo de ropaje, sin ninguna aspiración, deseo o intención de por medio, sin ningún rasgo exterior de la personalidad que sirva como filtro. Callamos y de pronto es como si viéramos el verdadero rostro de alguien, lo más hondo, eso que yace debajo de la intrincada maraña de costumbres adquiridas, modos de ser aprendidos y complejos lentamente construidos a lo largo de los años. Por eso nos dice Maeterlinck que más vale huir de aquél con quien ni siquiera nos travemos a estar en silencio, pues muchas veces las palabras –sin demeritar su funcion y sus enormes capacidades– sirven más para esconder que para mostrar. Por eso el que jamás deja de hablar pasa inadvertido, pues nunca llegamos a conocerlo realmente. </div>
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Al leer y releer a Materlinck, se me ocurre que quizás esa comunicación silenciosa que a veces logramos tener con alguien durante ciertos instantes es la más sencilla de todas, y por eso mismo la más profunda. Es ahí donde aflora nuestra parte más simple e infantil, no ese rostro que es con el que vivimos día a día y que también es nuestro, muy nuestro, sino esa parte medular, intrínseca y vital, que conforma nuestro yo más elemental. Es casi como si fuéramos un gran pozo que, hacia abajo, termina en un extremo pequeño y muy básico, como si nuestra personalidad fuera un enorme cono. Si nos dirigimos hacia arriba, la complejidad aumenta y ahí encontramos nuestras aspiraciones, nuestros intereses, nuestros planes, nuestras ideas, nuestros modos de actuar, etc.; pero si comenzamos a bajar, vemos que ahí abajo reposa un ser de voliciones que no podrían ser más simples. Ahí, todo se reduce a un querer, querer existir, querer sentir. Ése es el extremo que logramos ver en alguien más cuando callamos. Ahí abajo, todos somos iguales.</div>
joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-141379217703706822012-04-08T17:59:00.002-07:002012-04-08T18:03:42.038-07:00“Si de mí dependiera formarme a mi albedrío,…<p align="justify">…creo que no hallaría ningún modo de ser, por óptimo que fuera, en el cual me resignara a fijarme para no poder desprenderme; la vida es un movimiento desigual, irregular y multiforme. No es ser amigo de sí mismo y menos todavía dueño, es ser esclavo de la propia individualidad el seguir incesantemente y el estar tan domado por las inclinaciones, que no nos sea dable rehuirlas ni torcerlas.”</p> <p align="justify">Montaigne, Michel de, <em>Ensayos</em>, Libro III, Capítulo III.</p> <p align="justify">Varios ejemplos un poco prosaicos de lo que dice Montagine me vienen instantáneamente a la mente: ¿Cuántas veces hemos estado convencidos de que determinada fruta o verdura no nos gustaba y después de años de evitarla, al probarla por azares del destino, nos percatamos de que nos gusta? ¿Cuántas veces eludimos y rehuimos determinadas actividades con el pretexto de que “no encajan con nuestro modo de ser”, como cantar, bailar o incluso llorar? Pareciera que vivimos constantemente atados a lo que creemos que nos es propio y a ese modelo que eternamente construimos de nosotros mismos y que queremos siempre reflejar a los demás, y al hacerlo nos cerramos nuevas vías, nuevas posibilidades, nuevas formas de ser, pensar o sentir.</p> <p align="justify">Somos muy propensos a olvidar precisamente eso: nuestra propia heterogeneidad, nuestra capacidad para cambiar y adaptarse, para aprender cosas nuevas. Y es verdad que quienes defienden ciertas ideas a ultranza muchas veces son de estrechas miras o de poco criterio, pues jamás se permiten romper sus propias reglas sólo para ver qué es lo que hay del otro lado, para adquirir otras perspectivas. Todos tenemos inclinaciones muy definidas, pero en ocasiones es bueno no seguirlas y aventurarse por otros caminos. Más de alguno podrá conducirnos a parajes insospechados. </p>joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-76658575613425088772012-01-15T13:28:00.001-08:002012-01-19T17:03:39.361-08:00“Cuando se va llegando a cierta edad en la vida,…<p align="justify">… cuando hemos pasado largos años de juventud sobre los libros – millares de libros– y vemos que los libros dicen casi todos lo mismo, entonces –si el espíritu de curiosidad se mantiene vivo en nosotros– comenzamos a sentir un íntimo placer en la observación de las cosas triviales, diarias, prosaicas de la existencia, y, aun observando un resto de amor a la lectura, todo ese espíritu de curiosidad que antes hemos empleado en la letra impresa lo llevamos ahora a lo gestos y las palabras vivas. Y entonces también, ya calmados un poco por lo años, ya un poco desencantados de las sabidurías humanas, ya casi libres de las ilusiones de nuestra juventud, principiamos a ver en su verdadera luz a los hombres, y vamos descubriendo la complicada y honda raigambre de las acciones humanas y cómo todo se encadena en el vivir, y es fatal y es ineludible. Y entonces tal vez acaban de disiparse nuestros odios, nuestros rencores, nuestras indignaciones o nuestros entusiasmos de la mocedad. Y acaso queda como sedimiento en el espíritu una ironía indulgente o amarga, o un desprecio suave”.</p> <p align="justify">Azorín, <em>Tiempos y cosas</em>, Salvat Editores, España, 1982, pp. 109-110.</p> <p align="justify"> </p> <p align="justify">Parece que Azorín retoma el tema barroco del desengaño del mundo y lo aplica al saber mismo que se encuentra en los libros. Llega un punto en que ante esas ganas de leer y conocer a autores y autores, uno se da cuenta de que no hay un final, sino sólo un camino en espiral que siempre da vueltas sobre lo mismo. Y entonces, la atención se vuelca sobre lo trivial, sobre lo que tenemos enfrente día a día. Desengañarse de los libros implica acercarse de un modo más crítico a la realidad misma, la más trivial y banal. </p> <p align="justify">Y en correlación a esto, se opera un cambio sustancial en el ánimo: el ímpetu juvenil se disuelve y sólo queda en lo hondo una vaga pero esencial actitud irónica ante la vida, como si en lo más profundo de nosotros hubiera una mueca ante el mundo mismo, una mueca inquisitiva y atenta pero también sutilmente despectiva. La única actitud posible en tal caso, parece decirnos Azorín, es la de una ironía amable, una pequeña amargura permisiva.</p>joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-80811124169810377312011-12-13T17:38:00.001-08:002011-12-13T17:38:41.428-08:00“¡Es señora la justicia…<p>…y anda en ancas del más pillo!”</p> <p align="justify">José Hernández, <em>Martín Fierro</em>, Grupo Editor Altamira, Buenos Aires, 2003, p. 102.</p> <p align="justify">En dos versos sintetizó Hernández una buena parte de toda la obra. Y no sólo porque resume las penurias a que estaban sometidos los gauchos de su tiempo, explotados por aquellos mismos que deberían impartir justicia; sino también porque logra darle casi un valor plástico a su crítica: vemos claramente a la justicia personificada, y como es normal, nos la imaginamos primero como una señora de cierto aire imperturbable y con aplomo, enaltecida y dignificada, pero de pronto se nos dice que tal señora se sienta impúdicamente en las piernas de alguien –no, ni siquiera en las piernas, más bien en las ancas, más propias de un reptil que de un ser humano–; y que ese alguien, casi el proxeneta de la señora justicia, no es otro sino el más ladrón de todos, el que tiene el poder <em>de facto</em> en aquel mundo que nos describe Hernández.</p> <p align="justify">Y este giro inesperado, paródico y jocoso que vemos aquí es una de las posturas preferidas de Hernández acerca del “canto” y la función del “cantor” –que no “pueta”–: se trata de asumir una posición desde abajo, desde las raíces mismas de lo popular y del lenguaje “inorante” para, desde ahí, enderezar las críticas más duras y crudas a la realidad que se vive. La “inorancia” de los cantores se convierte en el arma misma para crear un nuevo terreno del saber, un saber que no se precia de usar las palabras como debe ser o como dicta la gramática, sino un saber que emana del mundo mismo tal como se vive día a día, tal como lo vive el gaucho Martín Fierro.</p> joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-56669528912749547942011-12-06T19:42:00.000-08:002011-12-06T20:06:08.024-08:00"De toda la memoria, sólo vale......el don preclaro de evocar los sueños."<br /><br />Antonio Machado, <span style="font-style: italic;">Antología</span>, Salvat Editores, España, 1982, p. 68.<br /><br /><div style="text-align: justify;">Lo leo justo hoy que me desperté con la sensación de haber estado soñando con algo de valor incalculable, con algo que podría tener que ver con esa oscura región mía que suelo cubrir y olvidar en la vida diaria. Y claro, tal sensación implicaba también el sentir que poco a poco se me escapaba de las manos el sueño, hasta esfumarse por entre los dedos como una neblina apenas visible. Sabía que había algo importante y al mismo tiempo sabía que lo había olvidado. Y no se trata, por supuesto, de una importancia en términos providenciales; lo relevante de los sueños no es el hecho de que puedan coincidir con algún evento futuro, sino su enorme capacidad sintética, que revela en un solo acto las asociaciones más profundas, intrincadas e irracionales de la mente.<br />Con los sueños atisbamos ese ámbito donde no hay más que el sinuoso juego del yo para consigo mismo, donde el mundo queda invalidado y todo está en función de una mente creadora y desbocada. Por eso evocar los sueños es un modo de conocerse, es un modo de reinterpretar nuestros mismos pasos por el mundo al trasluz de algo interno, propio, indescifrable. Machado busca y busca ese nudo indesatable, y a veces llega a él en unos cuantos versos.<br /></div>joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-6430020258550237602011-09-29T08:38:00.001-07:002011-09-29T08:42:25.706-07:00“Sistema, poeta, sistema…<p>…Empieza por contar las piedras,</p> <p>luego contarás las estrellas.”</p> <p>León Felipe, de <em>Versos y Oraciones del Caminante</em>. </p> <p> </p> <p align="justify">Podría pensarse que se trata de un llamado de prudencia a los poetas y escritores jóvenes. Podría creerse que se planta aquí alguna limitación a la imaginación, como si se redujeran las fuentes de donde es posible iniciar algún proceso creativo. Pero es prácticamente lo contrario. Para escribir, hay que ser un observador sistemático, se tiene que empezar por contar los objetos más cercanos, los que, precisamente porque están siempre bajo nuestros ojos, no podemos ver tan fácilmente. Y ese “contar los objetos” es doble: es enumerarlos y también relatarlos. Es decir, significa darle su identidad a cada uno, por separado, y otorgarles cierta vida, cierta historia que los une a nosotros. Las piedras tienen romances con nuestros pies, idilios y roces irrepetibles que, sin embargo, ocurren repetidamente, cada día. Y a las estrellas, a las estrellas llegará nuestra palabra sólo cuando ésta haya escalado por el cielo, por el mismo edificio que ella se ha construido a sí misma para estar cerca de ellas. Se necesita sistema para estar junto a los astros.</p>joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2101820783090244489.post-74999665756927293052011-08-25T10:37:00.001-07:002011-08-25T10:37:26.467-07:00“Hay naturalezas puramente contemplativas, e incapaces de acción…<p align="justify">…que bajo un impulso misterioso y desconocido pueden actuar con una celeridad de la que se ignoran capaces.<br>Como quien por temor a encontrar una noticia triste ronda cobardemente una hora delante de su puerta sin atreverse a entrar, y guarda quince días una carta sin abrirla o al cabo de seis meses se decide a hacer un trámite necesario desde hace un año, pero como la flecha de un arco, a veces se siente bruscamente impelido a actuar por una fuerza irresistible. Ni el moralista ni el médico, que pretenden saber todo, explican cómo surge en esas almas perezosas y sensuales una energía tan loca ni cómo, incapaces de lo más indispensable y sencillo, en un instante encuentran el coraje para los actos más absurdos y peligrosos.”</p> <p><a href="http://es.scribd.com/doc/2984986/El-spleen-de-Paris-Charles-Baudelaire-en-espanol">Charles Baudalaire, El spleen de París, [Scribd], pp.23-24.</a> [Ignoro de quién sea esta traducción]. <p align="justify">A quien le interese ver cómo Baudelaire desarrolla la idea con un ejemplo de su experiencia personal, consulte el texto completo, llamado “Un vidriero malo”, que de hecho es bastante corto. Se nota un parentesco claro con el texto de Poe titulado “The imp of the perverse”, que por cierto vale la pena leer aunque no es de lo más conocido de Poe. Sólo que el desarrollo de Baudelaire es casi de mayor amplitud o generalización, es decir, que esos actos impulsivos que afloran casi inexplicablemente en los temperamentos más pasivos pueden ser tanto actos de heroísmo como de perversidad; mientras que en Poe todo parece remitir a lo puramente “perverso”, como cuando estamos ante un precipicio acompañados de alguien más y de pronto, por un azar inexplicable y que no tiene coherencia alguna con nuestros sentimientos por tal persona, nos llega la idea de arrojarla al vacío. Esto ocurre incluso con uno mismo, pues ¿quién no ha tenido la súbita idea de lanzarse de un precipicio que se tiene frente a sí, aun cuando sabe que jamás sería capaz de cometer un suicidio? Con Baudelaire nos percatamos de que ese mismo impulso inexplicable es el mismo que brota en muchas otras ocasiones, no necesariamente teñidas de ese hálito de “maldad”. Y así, a veces los actos más nobles y heroicos, es decir, impulsivos e irreflexivos, se emparentan con las acciones más bajas y despiadadas que podamos realizar, como es la que justamente nos relata Baudelaire un poco después. joaquinrobehttp://www.blogger.com/profile/14684140152477794703noreply@blogger.com0