miércoles, 6 de junio de 2012

“Lo que vemos de las cosas son las cosas…

… ¿Por qué habríamos de ver una cosa si hubiera otra? ¿Por qué ver y oír sería ilusionarnos si ver y oír son ver y oír?”

Fernando Pessoa, Plural de nadie, Aforismos, Selección y versiones de Miguel Ángel Flores, Verdehalago/UANL, México, 2005.

 

Se trata de una protesta directa de Pessoa contra siglos de filosofía.  Y es que la filosofía se basa enteramente en una distinción que nos instaura inmediatamente en el terreno de lo insoluble, a saber, aquélla entre el ser y el parecer. Tan pronto como hacemos tal distinción, avanzamos por ese largo camino que han recorrido los filósofos de muy diversas maneras, pero siempre con la idea detrás de una jerarquía entre el ser y el parecer, donde, evidentemente, lo primero está por encima de lo segundo. Y así, pensamos que hay una esencia detrás de las cosas que no corresponde a lo que nos dicen nuestros sentidos de ello, algo que la ciencia confirma en cierto modo al hacernos imaginar átomos y subpartículas interactuando de miles de maneras para formar las sillas en que nos sentamos, las camas en las que amamos. Y de pronto, el mero acto de ver u oír queda desvalorizado y visto como una mera ilusión, un engaño de nuestro cuerpo y que debemos eliminar mediante la mente y el pensamiento.

Pero no, dice Pessoa. Lo que percibimos de los objetos son los objetos mismos. No hay que buscar más. No hay un misterio escondido detrás de las cosas aguardando al filósofo visionario para que nos lo desvele. El mundo es el mundo, no una esencia del mundo que debe distinguirse de su manifestación. Todo, en suma, es una gran tautología. Ver es precisamente eso, ver, y nada más. Así entendido, dejamos de desvalorizar el ver y el oír y los hacemos lo más importante, ya no algo en un segundo plano. En el mundo de Pessoa, entonces, no tiene sentido alguno la pregunta “¿qué es realmente…?”, que implica automáticamente aquella distinción, sino la pregunta “¿cómo lo estoy viendo y viviendo?”, y éste es el disparador para que la cosa misma se convierta en miles de cosas más, ajenas a una esencia única, para que todo brille y rutile según sus diversas e infinitas modalidades, que es justamente lo que nos muestran diariamente los poetas al escribir.

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