Mostrando entradas con la etiqueta Antonio Machado. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Antonio Machado. Mostrar todas las entradas

martes, 6 de diciembre de 2011

"De toda la memoria, sólo vale...

...el don preclaro de evocar los sueños."

Antonio Machado, Antología, Salvat Editores, España, 1982, p. 68.

Lo leo justo hoy que me desperté con la sensación de haber estado soñando con algo de valor incalculable, con algo que podría tener que ver con esa oscura región mía que suelo cubrir y olvidar en la vida diaria. Y claro, tal sensación implicaba también el sentir que poco a poco se me escapaba de las manos el sueño, hasta esfumarse por entre los dedos como una neblina apenas visible. Sabía que había algo importante y al mismo tiempo sabía que lo había olvidado. Y no se trata, por supuesto, de una importancia en términos providenciales; lo relevante de los sueños no es el hecho de que puedan coincidir con algún evento futuro, sino su enorme capacidad sintética, que revela en un solo acto las asociaciones más profundas, intrincadas e irracionales de la mente.
Con los sueños atisbamos ese ámbito donde no hay más que el sinuoso juego del yo para consigo mismo, donde el mundo queda invalidado y todo está en función de una mente creadora y desbocada. Por eso evocar los sueños es un modo de conocerse, es un modo de reinterpretar nuestros mismos pasos por el mundo al trasluz de algo interno, propio, indescifrable. Machado busca y busca ese nudo indesatable, y a veces llega a él en unos cuantos versos.

martes, 10 de mayo de 2011

“No es el yo fundamental…

…eso que busca el poeta,
sino el tú esencial”.
Antonio Machado, Antología Poética, Salvat Editores, España, 1982, p. 171
Cualquiera que haya sentido cierta desconfianza instintiva ante el famosísimo “conócete a ti mismo” podrá sin duda entender la fuerza de lo que dice aquí Machado. Quizás hemos sido tradicionalmente desviados de lo que realmente importa buscar, creyendo en ese mito del descubrimiento de sí, como si ahí abajo, en el fondo, hubiera realmente algo aprehensible y perfectamente delimitable al cual llamarle “yo”. Y es que el “yo”, así enunciado y en general, tiene algo de oscuramente tautológico, como un gran monolito que se mantiene por sí solo ante las inclemencias del viento; mientras que el “tú” nos instala de golpe en un plano relacional donde sólo puede haber un “tú” esencial para alguien, para alguien más, para ese “yo” borroso que nos habita…