martes, 13 de diciembre de 2011

“¡Es señora la justicia…

…y anda en ancas del más pillo!”

José Hernández, Martín Fierro, Grupo Editor Altamira, Buenos Aires, 2003, p. 102.

En dos versos sintetizó Hernández una buena parte de toda la obra. Y no sólo porque resume las penurias a que estaban sometidos los gauchos de su tiempo, explotados por aquellos mismos que deberían impartir justicia; sino también porque logra darle casi un valor plástico a su crítica: vemos claramente a la justicia personificada, y como es normal, nos la imaginamos primero como una señora de cierto aire imperturbable y con aplomo, enaltecida y dignificada, pero de pronto se nos dice que tal señora se sienta impúdicamente en las piernas de alguien –no, ni siquiera en las piernas, más bien en las ancas, más propias de un reptil que de un ser humano–; y que ese alguien, casi el proxeneta de la señora justicia, no es otro sino el más ladrón de todos, el que tiene el poder de facto en aquel mundo que nos describe Hernández.

Y este giro inesperado, paródico y jocoso que vemos aquí es una de las posturas preferidas de Hernández acerca del “canto” y la función del “cantor” –que no “pueta”–: se trata de asumir una posición desde abajo, desde las raíces mismas de lo popular y del lenguaje “inorante” para, desde ahí, enderezar las críticas más duras y crudas a la realidad que se vive. La “inorancia” de los cantores se convierte en el arma misma para crear un nuevo terreno del saber, un saber que no se precia de usar las palabras como debe ser o como dicta la gramática, sino un saber que emana del mundo mismo tal como se vive día a día, tal como lo vive el gaucho Martín Fierro.

martes, 6 de diciembre de 2011

"De toda la memoria, sólo vale...

...el don preclaro de evocar los sueños."

Antonio Machado, Antología, Salvat Editores, España, 1982, p. 68.

Lo leo justo hoy que me desperté con la sensación de haber estado soñando con algo de valor incalculable, con algo que podría tener que ver con esa oscura región mía que suelo cubrir y olvidar en la vida diaria. Y claro, tal sensación implicaba también el sentir que poco a poco se me escapaba de las manos el sueño, hasta esfumarse por entre los dedos como una neblina apenas visible. Sabía que había algo importante y al mismo tiempo sabía que lo había olvidado. Y no se trata, por supuesto, de una importancia en términos providenciales; lo relevante de los sueños no es el hecho de que puedan coincidir con algún evento futuro, sino su enorme capacidad sintética, que revela en un solo acto las asociaciones más profundas, intrincadas e irracionales de la mente.
Con los sueños atisbamos ese ámbito donde no hay más que el sinuoso juego del yo para consigo mismo, donde el mundo queda invalidado y todo está en función de una mente creadora y desbocada. Por eso evocar los sueños es un modo de conocerse, es un modo de reinterpretar nuestros mismos pasos por el mundo al trasluz de algo interno, propio, indescifrable. Machado busca y busca ese nudo indesatable, y a veces llega a él en unos cuantos versos.

jueves, 29 de septiembre de 2011

“Sistema, poeta, sistema…

…Empieza por contar las piedras,

luego contarás las estrellas.”

León Felipe, de Versos y Oraciones del Caminante.

Podría pensarse que se trata de un llamado de prudencia a los poetas y escritores jóvenes. Podría creerse que se planta aquí alguna limitación a la imaginación, como si se redujeran las fuentes de donde es posible iniciar algún proceso creativo. Pero es prácticamente lo contrario. Para escribir, hay que ser un observador sistemático, se tiene que empezar por contar los objetos más cercanos, los que, precisamente porque están siempre bajo nuestros ojos, no podemos ver tan fácilmente. Y ese “contar los objetos” es doble: es enumerarlos y también relatarlos. Es decir, significa darle su identidad a cada uno, por separado, y otorgarles cierta vida, cierta historia que los une a nosotros. Las piedras tienen romances con nuestros pies, idilios y roces irrepetibles que, sin embargo, ocurren repetidamente, cada día. Y a las estrellas, a las estrellas llegará nuestra palabra sólo cuando ésta haya escalado por el cielo, por el mismo edificio que ella se ha construido a sí misma para estar cerca de ellas. Se necesita sistema para estar junto a los astros.

jueves, 25 de agosto de 2011

“Hay naturalezas puramente contemplativas, e incapaces de acción…

…que bajo un impulso misterioso y desconocido pueden actuar con una celeridad de la que se ignoran capaces.
Como quien por temor a encontrar una noticia triste ronda cobardemente una hora delante de su puerta sin atreverse a entrar, y guarda quince días una carta sin abrirla o al cabo de seis meses se decide a hacer un trámite necesario desde hace un año, pero como la flecha de un arco, a veces se siente bruscamente impelido a actuar por una fuerza irresistible. Ni el moralista ni el médico, que pretenden saber todo, explican cómo surge en esas almas perezosas y sensuales una energía tan loca ni cómo, incapaces de lo más indispensable y sencillo, en un instante encuentran el coraje para los actos más absurdos y peligrosos.”

Charles Baudalaire, El spleen de París, [Scribd], pp.23-24. [Ignoro de quién sea esta traducción].

A quien le interese ver cómo Baudelaire desarrolla la idea con un ejemplo de su experiencia personal, consulte el texto completo, llamado “Un vidriero malo”, que de hecho es bastante corto. Se nota un parentesco claro con el texto de Poe titulado “The imp of the perverse”, que por cierto vale la pena leer aunque no es de lo más conocido de Poe. Sólo que el desarrollo de Baudelaire es casi de mayor amplitud o generalización, es decir, que esos actos impulsivos que afloran casi inexplicablemente en los temperamentos más pasivos pueden ser tanto actos de heroísmo como de perversidad; mientras que en Poe todo parece remitir a lo puramente “perverso”, como cuando estamos ante un precipicio acompañados de alguien más y de pronto, por un azar inexplicable y que no tiene coherencia alguna con nuestros sentimientos por tal persona, nos llega la idea de arrojarla al vacío. Esto ocurre incluso con uno mismo, pues ¿quién no ha tenido la súbita idea de lanzarse de un precipicio que se tiene frente a sí, aun cuando sabe que jamás sería capaz de cometer un suicidio? Con Baudelaire nos percatamos de que ese mismo impulso inexplicable es el mismo que brota en muchas otras ocasiones, no necesariamente teñidas de ese hálito de “maldad”. Y así, a veces los actos más nobles y heroicos, es decir, impulsivos e irreflexivos, se emparentan con las acciones más bajas y despiadadas que podamos realizar, como es la que justamente nos relata Baudelaire un poco después.

lunes, 1 de agosto de 2011

“Hay muertes que se lloran de una vez…

…Un denso llanto torrencial que nos deja exhaustos y después, el descanso que da el olvido. Pero hay otras en que parece que las lágrimas fluyen al compás del tiempo. Un gotear perenne, continuado, implacable, que nos va royendo la memoria.”

Pedro Garfias, La voz de otros días (Prosa reunida), Ediciones Renacimiento, Sevilla, 2001, pp. 168-169.

No hay nada más horrible que sentir cómo poco a poco, a medida que progresa ese gotear del que habla Garfias, olvidamos a las personas desaparecidas. Es casi como si, al morir o al salir por entero de nuestras vidas, esa persona se quebrara en pedacitos como un gran jarrón. Y después, cuando vemos hacia atrás y nos percatamos de que han corrido años y años, sólo nos queda un gran rompecabezas, del cual, sin darnos cuenta, perdemos gradualmente las piezas. Se extravió, junto con una de ellas, el esbozo de una sonrisa; se nos esfumó, junto con otra, alguna fecha; se diluyó en lo profundo de la memoria algún rasgo que algún día consideramos indispensable, algún gesto sutil que parecía darnos la certeza de que esa persona nos entendía… Y por aquella gran coladera se pierden miles de momentos y sentimientos, ahí va a dar ese gotear perenne de Garfias.

miércoles, 20 de julio de 2011

“Y es lo que les sucede a muchos de aquellos que pierden un miembro;…

… ellos saben que los perdieron, que se los amputaron, pero a veces las neuronas no se dan por enteradas, y eso es el fenómeno que se llama del miembro fantasma: que te cortaron la pierna derecha, y sin embargo de repente, algún día, meses o años después, se activan las neuronas correspondientes a la sensación de comezón en el dedo gordo del pie derecho, y te empieza a dar una comezón desesperada (y desesperanzada) porque el dedo gordo ya no existe, o en esos momentos existe sólo para ti y para nadie más y no sólo en forma de pensamiento sino de sensación física, y esto, claro, sólo de pensarlo da escalofríos (y da comezón) y por eso a la gente le aterran los epilépticos y los visionarios y los milagros; por eso, primo, repudian el opio, la mariguana, el ácido; porque producen no sólo un dedo gordo que no existe, sino más que eso: una visión particular del mundo, o más todavía: la visión de un mundo exclusivo que pertenece al epiléptico, al loco o al drogado, al elegido o al poeta y a nadie más pero que es tan verdadero como cualquier otro mundo, por la simple razón de que la relación que existe entre las neuronas auditivas, olfatorias, gustativas y táctiles que de pronto entran en actividad espontáneamente y el mundo alucinante que producen y la relación entre las neuronas que se portan bien y el mundo real que nos rodea y que más o menos creemos compartir, es una y la misma, y ya de alguna manera hace siglos, fíjate, en la edad media, Ockham, sin saber nada de neurología lo había intuido cuando dijo que dios podría producir en un ser humano todas las condiciones físicas y psíquicas implicadas en el acto de ver un objeto, aunque ese objeto no existiera en la realidad exterior, y sin saber nada de la velocidad de la luz, el mismo Ockham dijo que si dios hubiera ya aniquilado las estrellas, podía producir en nosotros el acto de ver lo que ya había dejado de ser.”

Fernando del Paso, Palinuro de México, Punto de Lectura, México, 2007, pp. 264-265.

Tenía que ser un pasaje largo, como todo en la novela de Fernando del Paso. Debía tener como punto de partida la medicina, para llegar a asuntos filosóficos mucho más generales. Y también, era preciso que en el enorme fragmento no hubiera más que un solo punto final. Todo tiene que ver con la intención de crear un efecto de desmesura, de inmensidad, de globalidad, al punto que en ocasiones el lector se siente tragado por aquel gran remolino de ideas desplegadas en la obra, como un Maelstrom literario. Y es que la medicina, casi como la ballena de Melville o el viaje ultraterreno de Dante, es un pretexto para abordar el mundo mismo desde los más variados puntos de vista y redondearlo, para generar una visión de mundo. Palinuro de México pertenece a ese curioso género literario que se podría definir como “obras de ambiciones totalizadoras”.

lunes, 4 de julio de 2011

“Watching a coast as it slips by the ship…

… is like thinking about an enigma. There it is before you –smiling, frowning, inviting, grand, mean, insipid, or savage, and always mute with an air of whispering, Come and find out”.

Joseph Conrad, Heart of Darkness, Penguin Classics, Londres, 2007, p. 15.

Es un pasaje memorable, justo cuando Marlow, el personaje principal, se acerca a la costa africana. La tierra desconocida es capaz de emitir llamados atrapantes y cautivadores. Cualquiera lo ha sentido, y no hace falta estar a bordo de un barco, sino sólo tener algún punto de vista específico desde donde se pueda simultáneamente ver y no ver, percibir de golpe lo inadvertido, darse cuenta de que hay todo un mundo ahí adentro por descubrir. En esas ocasiones, hay una voz profunda que emerge desde lo más recóndito y, como el viento, nos susurra un “acércate, asómate y ya verás…”

martes, 21 de junio de 2011

“Entraba en una fonda, un figón, una bodega de las que…

…tienen mesa reservada a sus fieles clientes detrás del mostrador, y, ante una olorosa sopera sacada por el ventanillo de la cocina, ante una naturaleza muerta –jamás pintada por maestro alguno– de aguacates y lechugas alhajados por aros de cebolla, me sorprendía a mí mismo dando –broma que te bromea– un curso académico a Vera –con método, dialéctica, sistema y todo– acerca de los manjares de texturas y colores nuevos para ella, inventando la teoría de la malanga, la casuística del ñame, en términos guasonamente eruditos, ergotantes, magistrales, al ritmo de tenedores percutiendo en platos mellados, entre la aceitera de tres bocas y el pomo de las guindillas. Y montado en cátedra, largaba yo mi curso académico: Vatel, Carème, inventores de técnicas culinarias aún vigentes, padres de toda una filosofía de las salsas y aderezos, fueron los Descartes, los Malebranche, de la marmita y del sartén, como en este siglo había sido el maestro Prosper Montagné, autor de un gran tratado incluido en la biblioteca enciclopédica de Larousse, el Bergson de las ollas, los hornos, el baño de María, y las altas ciencias que conducían a lograr las obras maestras, de muy difícil ejecución, que eran una brioche dorada y untuosa, un hojaldre de liviana y crujiente realidad… Y es que en Europa se había elaborado una metafísica de la cocina, un acercamiento por la Razón, el Logos, a las esencias puras de lo comestible, con sus consiguientes accidentes empíricos, estableciéndose así una suerte de fenomenología del manducar, del salivar, del tragar, bien distinto de nuestro historicismo de la cocina que especulaba con los hábitos gustativos dejados en el paladar de todos por un choque de razas, y un acomodo temporal de pueblos diferentes que consigo traían sus maneras de saborear y engullir.”

Alejo Carpentier, La Consagración de la Primavera, Siglo XXI, México, 1979, pp. 210-211.

Es un pasaje de Carpentier que me pareció verdaderamente memorable. Se nota aquí un cierto humor muy suyo, mediante el cual juega una y otra vez mezclando lo “alto” y lo “bajo” de un modo admirable. Me imagino que Rabelais fue, en algún momento de la formación de Carpentier, un autor al que frecuentó con placer. De pronto, al leer a Carpentier, parece ser que toda frontera es fácilmente diluible y franqueable. Todo es susceptible de relacionarse con los asuntos aparentemente más diversos, y ello le da un brillo inesperado a su prosa, que se transforma en una continua sorpresa para el lector, y a veces en la más sonora carcajada.

De verdad que hacía mucho que no me reía tanto al leer un libro. Hace unos minutos los de la mesa de al lado, en este café, me han echado una mirada casi reprobatoria y de extrañeza. Pero ¿cómo evitarlo al leer cosas como “la casuística del ñame” o “el Bergson de las ollas”? Los ceñudos filósofos morales y los que hablan con nariz respingona y elevada del élan vital podrán patalear o hacer berrinches, pero ¿qué más da? La inteligencia también es para reír.

viernes, 10 de junio de 2011

“Escuchadme: vosotros habéis tratado a un ser humano durante años y años;…

… estáis ligados a él por la amistad o por el amor; conocéis todos los escondrijos de su espíritu; gozáis de todos los tesoros de su bondad y de su inteligencia. Y, sin embargo –oídlo bien–, este goce largo y tranquilo de una amistad o de un amor no os proporcionará este placer profundo, esta expansión de todo vuestro ser que experimentáis en estos momentos rapidísimos, al sentir que vuestro espíritu se pone en contacto súbito con el alma de una mujer que os es desconocida, que tal vez no vais a volver a ver; pero en la cual se ha producido también, de pronto, el mismo fenómeno que en vosotros, y con la cual, durante este minuto supremo, os sentís invenciblemente compenetrados…”

Azorín, Tiempos y cosas, Salvat Editores, España, 1982, pp. 124-125.

Acabo de leer por primera vez a Azorín –lo conocía sólo por el nombre, la verdad– y he de confesar que es uno de los mayores descubrimientos literarios que he hecho en mucho tiempo. Me dejó azorado. Es una de esas mentes enteramente volcadas a lo inmediato en tanto que principio generador de la reflexión, en la más pura tradición de Montaigne y Emerson.

Respecto al pasaje, creo que expresa algo que todos hemos sentido alguna vez. Y es que ese instante en que, por un azar inaudito, dos miradas se cruzan entre el ir y venir de transeúntes, es algo que muchas veces adquiere una densidad inusitada y logra calar en lo más hondo de cada persona. Es casi como si en ese segundo se condensara toda esa madeja de experiencias, proyectos y sentimientos que nos definen y nos delimitan. Es un puente súbito entre dos espíritus, un puente cuyo valor está también en el hecho mismo de que morirá, de que cada uno seguirá su camino en busca de ese algo que siempre está más allá y detrás del cual se esconde, quizás, la muerte.

sábado, 4 de junio de 2011

“Porque vida silencio piel y boca…

… y soledad recuerdo cielo y humo

nada son sino sombras de palabras

que nos salen al paso de la noche”.

Xavier Villaurrutia, Nostalgia de la muerte, poemas y teatro, FCE, México, 1984, p. 58

Hay ciertos momentos en que sabemos que el hablar es imposible, que la voz se quedará adherida a la garganta, aferrada a una saliva seca y terrosa. Y a veces, con una oscura frecuencia, parece que lo que uno creía más inmediato, lo que proclamaba a gritos su estar ahí, se convierte en una sombra de palabra capaz de acecharnos por la noche. Es una emboscada del pasado, un peligro que nos asalta embozado y que de pronto lanza la horrible sugerencia de que, quizás, ya no existimos.

En esos momentos, los datos más esenciales de la vida, aquella piel y aquella boca, se vuelven sueños que nos acosan por la noche.

martes, 10 de mayo de 2011

“No es el yo fundamental…

…eso que busca el poeta,
sino el tú esencial”.
Antonio Machado, Antología Poética, Salvat Editores, España, 1982, p. 171
Cualquiera que haya sentido cierta desconfianza instintiva ante el famosísimo “conócete a ti mismo” podrá sin duda entender la fuerza de lo que dice aquí Machado. Quizás hemos sido tradicionalmente desviados de lo que realmente importa buscar, creyendo en ese mito del descubrimiento de sí, como si ahí abajo, en el fondo, hubiera realmente algo aprehensible y perfectamente delimitable al cual llamarle “yo”. Y es que el “yo”, así enunciado y en general, tiene algo de oscuramente tautológico, como un gran monolito que se mantiene por sí solo ante las inclemencias del viento; mientras que el “tú” nos instala de golpe en un plano relacional donde sólo puede haber un “tú” esencial para alguien, para alguien más, para ese “yo” borroso que nos habita…

domingo, 17 de abril de 2011

“I should have been a pair of ragged claws….

… scuttling across the floors of silent seas”.

T. S. Eliot, Antología Poética, Edición bilingüe con traducción de Harold Alvarado Tenorio, Editorial Tiempo Presente, Bogotá, p. 43.

Pongamos la misma traducción de Harold Alvarado:

“Debería haber sido un par de ásperas patas de crustáceo

huyendo sobre las arenas de mares silenciosos”.

Muchos son los sentidos que se le pueden dar a estos versos de Eliot, yo les doy uno y lo hago con la plena conciencia de que parafrasearlos e interpretarlos es también rebajarlos y encasillarlos. El poema en general, The Love Song of J. Alfred Prufrock, tiene como núcleo cierta tensión entre, por un lado, la banalidad de la vida que se mide con cucharadas de café entre pláticas de comadronas acerca de Miguel Ángel, y por otro lado, la posibilidad intuida y casi inexplicable de decir algo de una profundidad o trascendencia inaudita, como si uno pudiera de pronto levantarse como Lázaro y proferir palabras de ultratumba, mensajes olvidados e inefables.

Pues bien, creo que esos dos versitos de Eliot condensan en una sola imagen la tensión entre estos dos ámbitos irreconciliables. Eliot parece decirnos que, en el fondo, el único modo en que las dos cosas podrían unirse y convivir sería estando reunidas en algún remoto ser viviente en las profundidades del mar; más aun, ni siquiera en ese ser, sino sólo en sus patas o en sus pinzas (nos imaginamos, entonces, que se trata de algún crustáceo, un cangrejo perdido y ahuyentado apresurándose por el ese suelo marino donde no hay más que silencio). Solo estando en la punta de esas pinzas podríamos explorar el abismo, y para ello habría que rebajarnos, dejar de ser personas que expulsan orines y palabras de arte, estar atados al ser de alguien más y depender enteramente de él.

Sólo así podríamos desatar aquella tensión, convertirla en algo normal y consecuente, casi necesario. ¿Y quién no se ha sentido alguna vez así? ¿Quién no ha sentido de pronto que hay todo un mundo que explicar y extraer de nuestras entrañas? ¿Quién no se ha asomado alguna vez a ese pozo inconmensurable donde habita la conciencia y no ha tenido la impresión de que, de estar en otro lugar, en otro cuerpo, en otro mundo, se podrían sacar de ahí miles de voces desconocidas, miles de anhelos callados y frustraciones invisibles?

Así me siento yo ahora. Vivo en lo inexpresable. Soy un grito sordo. ¿De qué estará huyendo aquel cangrejo?

domingo, 27 de marzo de 2011

“–¿Qué hace usted –preguntaron un día al señor K.– cuando ama a alguien?…

… –Hago un bosquejo de esa persona –respondió el señor K.– y procuro que se le asemeje lo más posible.

–¿El bosquejo?

–No –contestó el señor K.–. La persona.”

Bertolt Brecht, Historias de Almanaque, Alianza Editorial, Madrid, 1975, p. 125

De verdad que algunas de esas Historias del señor Keuner de Brecht valen la pena. Son una mezcla de ingenio, humor y sorpresa. Inolvidable, por ejemplo, la parábola de los tiburones y los pececillos, con tintes que recuerdan mucho a Animal Farm de Orwell.

Respecto a este pasaje en concreto, uno pensaría que en cierto modo va en contra de esa vieja idea de que es imposible cambiar a alguien, esa idea de que se debe “amar” a alguien tal como es y no como nos gustaría que fuera. Pero, reflexionando un poco junto con Brecht, ¿no es acaso cuando se ama cuando se siente que la mejor parte de uno mismo aflora justo al estar al lado de esa persona? Es decir, pareciera que el mero hecho de estar con alguien es ya transformarlo, pues en el fondo todos somos de cierto modo con alguien y en cierta situación. No existe la “personalidad” en abstracto, siempre somos para alguien. Incluso al estar frente al espejo somos para alguien, nos desdoblamos, como decía Bajtín. Y entonces, ¿por qué condenar la idea de hacer un boceto de alguien más y procurar que ese alguien se acerque a tal ideal? Ese boceto es la construcción, imaginada y proyectada hacia el frente, de alguien que terminamos necesitando, alguien a quien terminamos modelando y creando conjuntamente, alguien que también logra que uno mismo se aproxime a su propio boceto, alguien que asombrosamente ha tomado posesión de los órganos vitales que echan a andar nuestra vida y nuestros pasos… Alejarse de ese alguien es perder el propio boceto.

domingo, 13 de marzo de 2011

“A veces me dan ganas de llorar,…

… pero las suple el mar.”

José Gorostiza, Poesía, FCE, México, 1971, p. 68

Abrí el libro al azar esperando que me dijera algo, como solemos hacer cuando queremos ver expresado con nitidez aquello que no podemos clarificar nosotros mismos pero que ahí está dentro de uno, latente; y encontré esta frase de Gorostiza, que por cierto aparece más bien como un poema bajo el título de Elegía. Me pareció casi fulminante. Condensa perfectamente ese estado ambivalente entre la desdicha y el percibir el profundo sinsentido que hay detrás de ella, pues ¿qué es la lágrima frente al mar? ¿Qué otra cosa es sino un torpe remedo de la inmensidad?

Pero tal vez habría que preguntarse si no hay un énfasis, más que en la innegable fugacidad de las propias preocupaciones, en la tranquilidad que a veces nos trae la contemplación de lo insondable. A veces nos provoca cierta inquietud, nos frustra en lo más hondo de nuestras diminutas aspiraciones, pero otras veces lo inabarcable nos brinda cierto consuelo. El mar puede ser el llanto imposible de un ser que solloza solo en su cueva infinita….

miércoles, 16 de febrero de 2011

“–Doy cuanto tengo– dice el generoso;…

–Doy cuanto valgo– dice el abnegado; –Doy cuanto soy– dice el héroe; –Me doy a mí mismo– dice el santo; y tú con él, y al darte: –Doy conmigo el universo entero–. Para ello tienes que hacerte universo, buscándolo dentro de ti. ¡Adentro!”

Miguel de Unamuno, “¡Adentro!”. En El Caballero de la Triste Figura, Espasa-Calpe Argentina, Buenos Aires, 1951, pp. 117-118

El pasaje de Unamuno me hizo pensar en algo peculiar. Hay dos maneras de pensar en el infinito: en lo inmenso o en lo diminuto. Si lo pensamos con respecto a números, aparece el infinito hacia las cantidades incomprensiblemente grandes, o bien hacia las cantidades absurdamente pequeñas. Una línea imaginaria puede ser infinita en longitud, pero también, si tiene un largo específico, se le pueden hacer cortes infinitos, según la famosa paradoja de Zenón. Si se piensa en el tiempo linealmente, hay infinitud hacia adelante y hacia atrás, pero también un momento dado puede tener una infinitud de instantes.

Pues bien, Unamuno parece hacernos recordar que así como hay un infinito exterior, hacia la inmensidad del espacio, hay otro infinito interior, hacia lo inconmensurable de la conciencia (llámesele alma, si se quiere) de cada uno de nosotros. Y el supremo valor que defiende aquí Unamuno está en hacerle frente a esa infinitud interior en tanto que tal, asumirla casi como un ideal de vida. Es decir, ver la propia vida no como algo ya construido o planeado de antemano, sino como un continuo proceso de construcción donde cada bloque ha sido fraguado desde las entrañas.

San Agustín creía encontrar a dios hurgando dentro de sí, Unamuno, convencido de lo mismo, hace del hurgar el requisito para volverse universo, hallando y recorriendo infinitos senderos, ensanchándose al absorber el infinito exterior, y así, irradiarlo a los demás.

jueves, 6 de enero de 2011

"A todo hombre le ocurre en la vida cotidiana el tener que resolver por medio de palabras una situación muy grave...

...Piense un instante en eso. ¿Acaso es siempre en esos momentos, acaso es por lo regular lo que usted dice o lo que le responden lo que importa más? ¿No es acaso que otras fuerzas, otras fuerzas que no se oyen son puestas en juego que determinan el evento? Lo que yo digo tiene con frecuencia poco peso ; pero mi presencia, la actitud de mi alma, mi futuro y mi pasado, lo que nacerá de mí, lo que está muerto en mí, un pensamiento secreto, los astros que me aprueban, mi destino, miles y miles de misterios que me rodean y lo rodean a usted, eso es lo que le habla a usted en ese momento trágico y eso es lo que me responde a mí. Bajo cada una de mis palabras y bajo cada una de las suyas está todo eso, y es más que nada eso lo que vemos, y es más que nada eso lo que oímos a pesar de nosotros".

Maurice Maeterlinck, Le Trésor des Humbles, Editiones Labor, Bruselas, Bélgica, 1986, p.108

Es un pasaje particularmente representativo de las ideas de Maeterlinck, revela su lucha por tratar de hablar, por medio de palabras, de algo que está más allá y que en el fondo es incomunicable. Tal vez éste es el único tipo de metafísica que me estimula, una metafísica que colinda siempre con lo inmediato y lo cotidiano, con nuestras experiencias con el mundo, pero que lo hace para intentar una y otra vez despegar por encima de eso mismo y alcanzar ese algo que nos rodea y que nos es completamente extraño, ese misterio que nos envuelve a cada paso que damos. Maeterlinck está seguro de que ese algo se cuela siempre entre nuestras palabras y que particularmente en momentos graves, lo que carga con el verdadero peso de la comunicación y comprensión entre dos personas no es el lenguaje de la verdad estricta y aparente, sino ese lenguaje no articulado que logra hacerse un camino a pesar del otro, a pesar de nuestras mismas costumbres, a pesar de nosotros.