lunes, 1 de agosto de 2011

“Hay muertes que se lloran de una vez…

…Un denso llanto torrencial que nos deja exhaustos y después, el descanso que da el olvido. Pero hay otras en que parece que las lágrimas fluyen al compás del tiempo. Un gotear perenne, continuado, implacable, que nos va royendo la memoria.”

Pedro Garfias, La voz de otros días (Prosa reunida), Ediciones Renacimiento, Sevilla, 2001, pp. 168-169.

No hay nada más horrible que sentir cómo poco a poco, a medida que progresa ese gotear del que habla Garfias, olvidamos a las personas desaparecidas. Es casi como si, al morir o al salir por entero de nuestras vidas, esa persona se quebrara en pedacitos como un gran jarrón. Y después, cuando vemos hacia atrás y nos percatamos de que han corrido años y años, sólo nos queda un gran rompecabezas, del cual, sin darnos cuenta, perdemos gradualmente las piezas. Se extravió, junto con una de ellas, el esbozo de una sonrisa; se nos esfumó, junto con otra, alguna fecha; se diluyó en lo profundo de la memoria algún rasgo que algún día consideramos indispensable, algún gesto sutil que parecía darnos la certeza de que esa persona nos entendía… Y por aquella gran coladera se pierden miles de momentos y sentimientos, ahí va a dar ese gotear perenne de Garfias.

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