Mostrando entradas con la etiqueta José Gorostiza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta José Gorostiza. Mostrar todas las entradas

domingo, 18 de agosto de 2013

"Tal vez esta oquedad que nos estrecha...

...en islas de monólogos sin eco,
aunque se llama Dios,
no sea sino un vaso
que nos amolda el alma perdidiza,
pero que acaso el alma sólo advierte
en una transparencia acumulada
que tiñe nuestra noción de Él, de azul".
José Gorostiza, "Muerte sin fin", en Poesía, FCE, México 1971, p. 109

Metáfora particularmente estimulante y que es el núcleo de donde se origina todo el famoso poema de Gorostiza. ¿Y de dónde viene su fuerza? Pues, sencillamente, del hecho de que en una sola imagen se encapsula la vida y la muerte: vivimos mientras nuestra conciencia, ese elemento líquido, maleable y amorfo, se mantiene aprisionada por este vaso; morimos cuando ese vidrio contenedor se rompe y nos deja salir, para fusionarnos con el mundo como una gota de agua que cae en el mar. Y este vaso está tan cerca, que apenas lo vemos; o mejor dicho, es la condición misma de nuestra observación, pues a través de él percibimos el mundo. Y claro, por su propio material translúcido, impone una forma determinada en nuestra visión aunque no nos percatemos o no queramos aceptarlo. Colorea incluso nuestra concepción de dios y lo hace, por supuesto, dejando un tenue brillo azulado. Y tiene que ser azul, sí, pues estamos en un medio esencialmente acuático. Resuenan los versos de Manrique: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir". Por eso la muerte es una vuelta al origen, con los écos profundamente neoplatónicos que hay en esa idea: perder la individualidad y regresar al Uno, la morada inefable del Ser. Nos liberamos, así, de esa oscura prisión a la que estamos sometidos como condición misma de que podamos existir, pues sin esa celda nuestra alma se perdería y, por su propia naturaleza, vagaría por el mundo sin cuidado alguno, sólo viendo, sintiendo y experimentándolo todo, extasiada ante el delirio mecánico universal que se repite ante ella. 
Metáfora tremenda y particularmente fecunda, sin duda; capaz de articular alrededor de sí toda una serie de implicaciones. Las demás, sáquelas usted mismo...

domingo, 13 de marzo de 2011

“A veces me dan ganas de llorar,…

… pero las suple el mar.”

José Gorostiza, Poesía, FCE, México, 1971, p. 68

Abrí el libro al azar esperando que me dijera algo, como solemos hacer cuando queremos ver expresado con nitidez aquello que no podemos clarificar nosotros mismos pero que ahí está dentro de uno, latente; y encontré esta frase de Gorostiza, que por cierto aparece más bien como un poema bajo el título de Elegía. Me pareció casi fulminante. Condensa perfectamente ese estado ambivalente entre la desdicha y el percibir el profundo sinsentido que hay detrás de ella, pues ¿qué es la lágrima frente al mar? ¿Qué otra cosa es sino un torpe remedo de la inmensidad?

Pero tal vez habría que preguntarse si no hay un énfasis, más que en la innegable fugacidad de las propias preocupaciones, en la tranquilidad que a veces nos trae la contemplación de lo insondable. A veces nos provoca cierta inquietud, nos frustra en lo más hondo de nuestras diminutas aspiraciones, pero otras veces lo inabarcable nos brinda cierto consuelo. El mar puede ser el llanto imposible de un ser que solloza solo en su cueva infinita….