domingo, 17 de marzo de 2013

"No te asomes al fondo de mi vida...

Por mucho que atisbes, hallarás la sombra
de un enigma".

Enrique González Martínez, El poeta y su sombra, Selección de Francisco Hernández, Fondo de Cultura Económica, México, 2005, p. 77.

Se trata de un fragmento del poema Noli me tangere, que significa literalmente "No me toques". Selecciono este pasaje porque encierra en pocas palabras una idea que quedó firmemente impresa en mi mente. Es muy frecuente querer hurgar en el alma y en lo más profundo de ciertas personas. Quizás se debe a que en ocasiones pensamos que ahí encontraremos algo especial, algo que nos explique a nostros mismos, como si necesitáramos definir y comprender cabalmente al otro para poder dotarnos de sentido a nosotros mismos. Y así, nos lanzamos a la búsqueda de los detalles y características que nos revelen el alma de esa persona. Tenemos esa inclinación natural a querernos asomar a lo hondo de algunos, pero he aquí que de manera invariable, como sugiere González Martínez, descubrimos que eso es un pozo sin fondo. El alma es ese oscuro precipicio intangible en que se funda el ser de cada uno. Si nos asomamos ahí, ni siquiera veremos el enigma mismo, sino sólo la sombra de ese enigma enclavado en lo profundo.
Por eso, González Martínez repite en el poema "no me toques el alma, porque la estrujarías". El alma es algo tan tenue y sutil, tan propio e intransferible, que cualquier intento por acercarse a ella por parte de alguien más podría ser fatídico. Cualquier afán por asirla, que es al final lo que tantos tratamos de hacer cuando amamos a alguien, puede convertirse en una acción violenta. Cualquier intromisión por parte del prójimo puede terminar aplastándonos el alma, estrujándola.
Y así, amar implica casi siempre algún tipo de violencia sobre el otro. Volcar todas nuestras aspiraciones y nuestros más íntimos afanes hacia alguien más es una manera de expresar esas ganas de tocar el alma de otro ser humano. Queremos tenerla en las manos, sentirla, comprenderla, definirla y hermanarnos con ella. Queremos fusionarnos, diluirnos en ella, explicarnos con ella, pero lo cierto es que, ahí abajo, para cada ser humano que respira bajo este cielo y deambula por estas calles, para cada persona que suspira secretamente al ver la luna o las estrellas y se siente siempre más humana cuando recibe un abrazo sincero, para todos, en suma, lo único que hay en el fondo del alma es un enigma, la marca indeleble de una interrogante infinita.

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