sábado, 3 de julio de 2010

“El valor que damos a muchas de las realidades presentes no lo merecen éstas por sí mismas;…

…si nos ocupamos de ellas es porque existen, porque están ahí, delante de nosotros, ofendiéndonos y sirviéndonos. Su existencia, no ellas, tiene valor. Por el contrario, de lo que ha sido nos interesa su calidad íntima y propia. De modo que las cosas, al penetrar en el ámbito de lo pretérito, quedan despojadas de toda adherencia utilitaria, de toda jerarquía fundada en los servicios que como existentes nos prestaron, y así, en puras carnes, es cuando comienzan a vivir de su vigor esencial.

Por esto es conveniente volver de cuando en cuando una larga mirada hacia la profunda alameda del pasado: en ella aprendemos los verdaderos valores –no en el mercado del día.”

José Ortega y Gasset, El Espectador, Salvat Editores, España, 1971, pp.25-26

La lógica que está enraizada en este memorable fragmento de Ortega y Gasset se basa fundamentalmente en la clásica distinción entre medio y fin, aplicándola al modo en que asumimos el pasado. Sin duda, la mayor parte de las veces que se aduce este par de conceptos, es para magnificar la importancia del fin por encima de los medios. Y así, aquí, se presenta el hecho profundamente paradójico de que lo que se puede abordar con la completa seguridad de buscarlo en sí mismo y no a causa de cosas que le son accesorias es precisamente algo que ya escapó de nuestras manos, algo que ya no existe.

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