lunes, 5 de julio de 2010

“Volver a un lugar es buscarnos de memoria a nosotros mismos,…

… y entonces se oye más el viento a lo ancho del yermo, como si antes hubiese venido alguien que ya no lo tenemos a nuestro lado. Porque el paisaje no nos espera más que una vez: cuando es inesperado para nuestros ojos, presintiéndolo la sensibilidad. Contemplar es despedirse de lo que ya no será como es. La paz, el júbilo, la conciencia evocadora, la internación en el paisaje, son estados reveladores que se disuelven dentro del tiempo como las nubes, el aliento del agua, el temblor de una fronda en el azul.”

Gabriel Miró, Años y leguas, Salvat Editores, España, 1971, p.103

Cualquiera que haya estado lejos de su tierra natal por un tiempo considerable y haya después regresado ha sentido sin duda lo que dice Miró. Volvemos y al mismo tiempo tropezamos a cada paso con nosotros mismos. Pero Miró parece también querer decir que tropezamos con gente del pasado, la cual mucha veces a nuestra vuelta no es más que viento soplando en una planicie desolada. Especialmente cuando se vive en el lugar, se tiene la impresión de que éste es casi inmutable. Al evocarlo en la mente, surge siempre como algo estático. Pero las razones mismas por las que somos capaces de evocarlo son tan efímeras como el chasquido de una gota de lluvia.

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